lunes, 6 de abril de 2009

Enviado al ABC, sobre la vida y el aborto

Sr. Director:
En el ABC del domingo día 5 de abril el Sr. Jon Juaristi se expresaba en la sección de opinión (pág. 10), haciendo referencia a la nueva legislación del aborto con estas palabras: «No hablaba Pasolini de derechos del embrión o del feto, sino de la sacralidad de los mismos, que no son personas (ni siquiera la Iglesia se plantea bautizar embriones), pero sí vida humana que pugna por existir, adquirir forma…». La ambigüedad de la expresión no aclara si el Sr. Juaristi hace suyo el pensamiento de Pasolini. En cualquier caso, me gustaría señalar lo siguiente:
1. La Iglesia reconoce que el embrión posee desde su concepción la misma dignidad personal que cualquier otro ser humano sin distinción de etapa espacial o temporal en su vida, y por encima de limitaciones operacionales. En otras palabras, da igual que una persona sea cigoto o adulto, esté dentro del vientre de su madre o fuera, sufra alguna mengua en su capacidad locomotora, física o psíquica, o por el contrario tenga plenitud de facultades. La dignidad personal es inalienable y sagrada. Por esta razón, defiende la vida “desde su concepción hasta su fin natural”. Con palabras del Catecismo (n. 2270): «La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida».
2. Esta dignidad es propia del embrión humano no por ser un ser vivo, sino por ser persona. En este sentido, es artificial y confusa la distinción entre “ser persona” y “ser vida humana”. Ambos conceptos son, metafísicamente hablando, la misma realidad. Al decir “ser–persona” entendemos un ente con un grado de ser superior, de por sí racional y subsistente, solamente atribuible a Dios, los ángeles y los humanos. Y en el caso de los humanos, y seguimos hablando con lenguaje metafísico, el acto de ser del alma hace posible la existencia del cuerpo y constituye la fuente de sus operaciones personales. En el mismo acto en que se constituye el cigoto humano, un alma informa, sostiene y organiza vitalmente esa misma “materia”. No existe cuerpo humano sin alma, ni alma humana sin cuerpo (incluso después de la muerte, el alma permanece vinculada a su respectivo cuerpo hasta la resurrección). Resumiendo: ¿es el cigoto ser humano? Sin duda alguna, sí. Y por ello con la misma dignidad personal que el resto de los humanos. El cigoto, embrión o feto, es persona porque es ser personal. «El embrión debe ser tratado como una persona desde la concepción» (Cf. Catecismo, n. 2274).
3. No podemos caer en la trampa reduccionista de entender como persona únicamente al feto ya plenamente formado. Cuando hablamos de “persona” en el sentido de alguien con físico reconocible, sentimientos, entendimiento activo… estamos dando a esta palabra un sentido muy distinto al que utilizamos para referirnos a la dignidad del ser humano. Desde esa errada perspectiva fenoménica, se entiende que las personas que, por ejemplo, sufren alguna limitación o discapacidad, sean para muchos “menos personas”, lo cual es tan terrorífico como alarmante, y desgraciadamente, es la idea que subyace en la defensa del aborto y la eutanasia, e incluso, llegando al absurdo y la locura, de la discriminación racial o sexual.
4. El canon 871 del Código de Derecho Canónico dispone que «En la medida de lo posible se deben bautizar los fetos abortivos, si viven». El mismo canon es aplicable a los embriones. El problema está en “la medida de lo posible”. Difícilmente podrán bautizarse los embriones congelados, o aquellos con los que se experimenta, o los abortados con la RU–486 (mifepristrona o píldora del día después). El hecho de no bautizar a los embriones expuestos a morir responde a problemas “técnicos”, no de principios.
5. La vida humana no pugna por existir. Lo que no existe no pugna. El embrión con vida humana pugna por desarrollarse plenamente, algo que precisamente es lo que impide el aborto, como lo hace, en distinta fase de su desarrollo, la muerte violenta de un niño. El embrión no tiene más vida ni existencia que la correspondiente a un ser humano. No puede considerarse vida vegetal o animal, aunque estemos hablando de un microorganismo. Análogamente hablamos de la vida humana de un enfermo en “estado vegetativo”, ser personal con una vida igualmente inviolable y sagrada.

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