domingo, 6 de septiembre de 2009

EpC a cara descubierta

Señor, ¿cuándo harás justicia de tus perseguidores? Ten piedad de nosotros y de nuestros hijos. Que no digan tus enemigos, "¡Les he podido!", ni se alegren los adversarios de tu fracaso. Si perdemos nosotros, perderás Tú. No permitas que se rían del Pueblo por el que derramaste la Sangre.

domingo, 16 de agosto de 2009

«El liberalismo es pecado», en el testamento de San Ezequiel Moreno

ESan Ezequiel Morenol día 19 de este mes es la fiesta del santo agustino Ezequiel Moreno. Español riojano de nacimiento, obispo de Pasto en Colombia por divina disposición. Entregó su alma al Corazón de Jesús el antedicho día del año 1906. Uno de los santos más “ocultados” por “políticamente incorrectos”, como ocurre con los papas Beato Pío IX y San Pío X. Dicho sea de paso, la fiesta de este último es el día 21, y aunque el Oficio Divino nos prescribe una bella lectura sobre las disposiciones litúrgicas de dicho papa, no está de más que, habiendo cumplido el clerical compromiso y ministerio de rezar dicha lección, nos deleitemos una vez más con la imprescindible y, como todo magisterio auténtico, plenamente vigente –valga también lo que dicen algunos buenos amigos, scl. “de rabiosa actualidad”- encíclica Pascendi. Procedamos, pues, con las palabras del Santo que nos ocupa:

«En el papel que queda adjunto con este, dejo unos apuntes que se pueden añadir a mis Instrucciones sobre la conducta que hay que observar con los liberales.

Confieso, una vez más, que el Liberalismo es pecado, enemigo fatal de la Iglesia y reinado de Jesucristo, y ruina de los pueblos y naciones; y queriendo enseñar esto, aun después de muerto, deseo que en el salón donde se exponga mi cadáver, y aun en el templo durante las exequias, se ponga a la vista de todos un cartel grande que diga: El Liberalismo es pecado.

Deseo y pido que me entierren con mi santo hábito religioso, como hijo de mi Gran Padre San Agustín, y que me sepulten en tierra en la capilla del Santísimo de la Catedral. En lo demás cúmplase lo que manda la Iglesia en el Pontifical sobre entierro del Obispo. En nada me puedo oponer a esa solemnidad, puesto que es ordenada por la Iglesia.

Pido perdón de mis faltas en el desempeño de mi cargo pastoral; primero, a Dios Nuestro Señor; segundo, a mi amado Clero; tercero, a todos los fieles del Obispado, y a cuantos haya ofendido en el curso de mi vida, o en algo les haya perjudicado de alguna manera, ya sea por comisión, ya por omisión. A todos suplico rueguen a Dios por mi pobre alma.»

«Concluyo diciendo que bajo al sepulcro con la gran pena de ver que se trata de descatolizar a Pasto, y de que bastantes de los que se llaman católicos tienen ya mucho de liberales, siendo éstos los que más contribuyen a que el error progrese, y llegando a tal ceguedad que no ven la luz de la verdad católica que condena ese modo de obrar. Pobres ciegos, conducen a otros ciegos, y todos van cayendo en los hondos abismos del error.

La Concordia, tal como se ha entendido y practicado hasta ahora, ha sido una espantosa calamidad para la fe de estos pueblos. Comprendí los daños que vendrían con la Concordia desde un principio, y por eso protesté contra ella en el día mismo en que los liberales la proclamaban aquí, en una hoja suelta que dieron meses antes de posesionarse el Gobierno actual. No es posible que lobos y ovejas anden revueltos, sin que las ovejas reciban algún daño, sin un milagro de primer orden. Y creo que uno de los venenos más activos y eficaces con que cuenta el infierno, es la mezcla de la verdad y del error, de lo bueno y de lo malo. Y este veneno es el que están tomando muchos, y dándole a tomar a otros, y van muriendo los que lo toman a la verdad y a la virtud, con daño indecible para el Catolicismo.

Yo he gritado contra ese mal, y aun he sufrido por gritar. No me arrepiento de haber gritado. Si en este punto tengo que arrepentirme, será el no haber gritado más.

La fe se va perdiendo; el liberalismo ha ganado lo indecible, y esta espantosa realidad proclama, con tristísima evidencia, el más completo fracaso de la pretendida concordia entre los que aman el altar y los que abominan el altar, entre católicos y liberales.

No cabe la tal concordia sin perjuicio del Catolicismo. Llegará pronto el tiempo en que desaparezca esta alianza aparente, y para vergüenza y castigo de los católicos que se han dejado engañar, no serán ellos los que lancen de sí a los liberales, sino que serán los liberales los que lancen a ellos.

Firmo todo lo que precede en Pasto, a seis de Octubre de mil novecientos cinco.

FR. EZEQUIEL, Obispo de Pasto.»

viernes, 7 de agosto de 2009

Elliot, pequeño milagrazo.

Podéis llorar, podéis reír, podéir rezar, podéis esperar... Dios es Dios, y yo su pequeña criatura.

jueves, 6 de agosto de 2009

Comercial del Preseminario de Fútbol (mejicano).

Yo era el más patoso de mi curso jugando al fútbol... Así que los que no jugáis al fútbol bien (no digo que no os dejéis las tripas en el campo, que eso hay que hacerlo...) ¡también podéis ser sacerdotes!

domingo, 2 de agosto de 2009

Ser Jesús. Amar a Jesús. Deus et Omnia.

Vídeo realizado por Toca de Assis. Así, ¿quién no se siente “despertar” a vivir entregado al Señor?

jueves, 30 de julio de 2009

¡Católico, vuelve a tu Casa!

Voy a pedir quién eres para evitar que vengas a este ministerio

-Oiga, señora, ha tenido una hora para confesarse. Si quiere consultar esto, me lo diga antes...
-¡Pero es que el pecado lo he hecho hace diez minutos!
-Pues se aguanta. Haber pecado antes. Es más, voy a enterarme de quién es usted para prohibirle confesarse.

sábado, 18 de julio de 2009

¿Existe un estado laico no laicista?

por el Dr. D. José Mª Petit Sullá

Recordemos antes de entrar en la consideración que es materia de este artículo que, en todos los países que mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede, las relaciones entre ambas sociedades, la sociedad religiosa católica representada por la Iglesia jerárquica y la sociedad civil representada por el Estado -en sus múltiples administraciones-, se rigen por acuerdos mutuos que reciben el nombre de concordatos. En España se ha establecido, después de la transición política y la actual Constitución, nuevos pactos en 1979 que han variado sustancialmente el anterior Concordato. En ellos la Iglesia ha cedido muchas prerrogativas a cambio de nada.
Pero esta nueva situación no parece ser suficiente para los distintos Gobiernos, particularmente el actual. En múltiples ocasiones y en determinadas decisiones gubernamentales que afectan a cuestiones graves, principalmente en materia de educación, se han cometido recientemente en España abusos por parte del Estado en la correcta aplicación del Concordato vigente.
En esta situación de tensión, en algunos ambientes de medios católicos españoles, se ha empezado a usar un nuevo lenguaje en torno a la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, más allá de la simple memoria de los contenidos concretos de los acuerdos Iglesia-Estado. Algunos católicos creen que se ha de hacer un nuevo planteamiento de estas relaciones y que se ha de saber decir, en el lenguaje moderno, el célebre "dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21). Y es en este contexto donde aparece el nuevo lenguaje, que recientemente hemos escuchado, y que redefine términos antiguos y les da una peculiar significación.
Pero los que basan sus argumentos sólo en este texto deben, por lo menos, interpretado como lo ha hecho la Iglesia en el último Concilio cuando ha enseñado: "[Cristo]... reconoció al poder civil y sus derechos, mandando pagar el tributo al César, pero avisó claramente que deben respetarse los derechos superiores de Dios".
No hay, pues, entre ambos poderes, meramente un reparto de ámbitos totalmente independientes y soberanos. Los derechos de Dios son "superiores" a los derechos del Estado.
La terminología que ahora se ha usado quiere distinguir entre "laico" y "laicista" de modo que, sin definir ambos términos, se emplean en el sentido de ser aceptable que el Estado sea laico, aunque no tiene derecho a ser laicista.
Al concederle al Estado su "derecho" a ser laico se piensa definir el ámbito propio de su misión, esto es, el ámbito de lo político. Mientras que la negación de una actitud laicista viene a ser la afirmación de sus justos límites cuando las decisiones políticas se interfieren con la religión. Es Estado laico sería algo así como un Estado que no se inmiscuye -ni a favor ni en contra- en asuntos religiosos. Un Estado laicista, en cambio, sería aquel que usaría su poder político para zaherir a la religión.
La insinuada aceptación por la Iglesia de un Estado laico -se cree- implicaría un terreno común en el que se desenvolvería la vida social de los ciudadanos -como se dice- más allá de toda "opción" religiosa, y que sería el marco de entendimiento entre creyentes y no creyentes, que no sólo no debería molestar a nadie sino que debería ser considerado como un ideal en la relación entre la Iglesia y el Estado. He aquí el ideal que ahora algunos preconizan como la solución simple y definitiva de una tan antigua cuestión, siempre llena de enfrentamientos, desde la aparición del liberalismo en el siglo XIX.
Pero las palabras tienen su propio significado y conviene pensar en la realidad de la situación más allá de términos que, lejos de aclarar la situación, podrían simplemente enmascararla y acelerar todavía más el proceso de laicización de la sociedad desde las múltiples y poderosas instancias del poder político.
La dificultad en aceptar este planteamiento "Estado laico sí / Estado laicista no" es que si el Estado tiene derecho a ser laico -en una terminología nunca usada por la Iglesia para referirse al ejercicio propio de la autoridad civil- puede parecer a muchos, y con razón, que se esté diciendo que lo laico no es en sí mismo malo mientras que sólo sería reprobable el laicismo.
Si por "laico" entendemos restrictivamente lo que no es sagrado, en el sentido en que distinguimos en la Iglesia entre clérigos y laicos, el Estado puede ser llamado laico. Pero en el sentido amplio de la palabra no puede aceptarse que un Estado tiene derecho a ser laico porque es dogma de fe católica que todo poder, y también el poder civil, proviene de Dios, de donde dimana la obligación religiosa de obedecerle. Esta es la reiterada enseñanza de la Iglesia, cuya base es totalmente bíblica, expuesta por los Padres de la Iglesia, desarrollada por san Agustín y sintetizada en la encíclica Diuturnum illud de León XIII y, más recientemente, recordada en la Pacem in terris del beato Juan XXIII.
Nada es ajeno a la omnipotencia creadora y a la providencia de Dios. Todos los Salmos están llenos de esta enseñanza. Por consiguiente la Iglesia no puede aceptar que existe algo tan importante como el poder civil que esté al margen del poder de Dios, que ha ordenado sabiamente la vida humana en todas sus dimensiones.
Laico no es, pues, un calificativo acertado. Pero ¿qué es el laicismo? El término "laicismo" no es un superlativo de laico. El laicismo no tiene otra definición usual que la de ser un sistema conceptual y práctico de promoción, por todos los medios a su alcance, de una sociedad laica. Por tanto, como la calificación moral de una acción se da fundamentalmente por el fin que pretende, el laicismo es rechazable porque lo laico lo es. Y esta es la razón esencial del rechazo del laicismo, aunque se le puede añadir, de modo accidental, que es doblemente muy reprobable -como es muy usual- por el modo como pretende conseguido.
Ahora bien, ¿por qué el laicismo tiene como meta una sociedad laica? Porque una sociedad laica es aquella en la que la religión y la Iglesia no tienen la menor influencia en la sociedad de modo que lleguen a desaparecer o, si acaso, queden reducidas al ámbito subjetivo, personal y sin ningún derecho a ser enseñados. Lo "laico" es el fin y el laicismo es el conjunto de ideas y acciones que lo promueven.
La cuestión de la relación entre la Iglesia y el Estado, que es de enorme trascendencia, fue magistralmente analizada por los papas de aquel siglo XIX y principios del XX, sin ninguna discrepancia entre ellos, hasta conseguir ser un sólido cuerpo doctrinal que fue llamado por el Concilio Vaticano II, la "doctrina tradicional de la Iglesia". Al hablar de la libertad religiosa dice que la doctrina expuesta en el Concilio "deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo". La doctrina tradicional -expresada de una manera íntegra y clara por León XIII en su encíclica lmmortale Dei- decía que la religión es como el alma de la sociedad y que no puede separarse la Iglesia de la sociedad como no puede separarse el alma del cuerpo, aunque con la misma fuerza se ha de afirmar que son dos cosas distintas. Son dos realidades distintas pero no separadas, como es distinta el alma del cuerpo pero la vida humana exige que no se separen.
Se ha de caer en la cuenta de que no es lo mismo "distintas" que "separadas". Si se quiere tener una idea inmediata de lo que es una organización social en la que no se distingue la religión de la sociedad política, que se piense simplemente en el islam. Pero no caer en este grave error no significa que se haya de aceptar la separación como sucede en el actual Occidente descristianizado.
Antes del siglo XIX ninguna sociedad fue concebida y desenvuelta sin la presencia íntima y medular, verdaderamente vertebradora, de la religión. Incluso Rousseau -precursor del laicismo radical, con la práctica exclusión de la religión en la vida social- reconoce que se puede comprobar histórica y conceptualmente que sin la religión no hay un primer aglutinante posible en ninguna sociedad. Y esto no sucede sólo entre los judíos, pues también entre nosotros, y de modo exclusivo, este aglutinante ha sido la religión cristiana, originariamente y antes de los cismas de Oriente y de Occidente, sólo la católica.
Se trata de ver ahora si la dicotomía acuñada puede asemejarse en algún modo con la doctrina tradicional y ser el nuevo marco desde el cual entablar el diálogo entre la Iglesia y el Estado en el momento actual.
La fórmula cristiana de "distinción sí - separación no" era la solución dentro de la doctrina de la Iglesia, mientras que la nueva dicotomía "laico sí - laicista no" se propone ella misma como una solución “neutra” que puede ser aceptada por un Estado no cristiano. No se mueve, pues, en el cauce de la doctrina de la Iglesia sino en una actitud digamos de mera filosofía política, que quiere ser semejante, sin serlo, con aquellas disposiciones que elaboró el magisterio del propio León XIII y otros pontífices, para países con confesiones oficiales no católicas. En tales situaciones la Iglesia apelaba a la común libertad política para exigir libertad para ejercer su ministerio religioso. Pero la doctrina, que podría invocarse en la situación actual, no se identifica con el esquema que ahora analizamos.
En el peor de los casos, la Iglesia puede aceptar el hecho de que vive en un país no católico, que en la situación actual no sería protestante u ortodoxo o islámico -aunque haya algunas minorías de estas comunidades religiosas- sino más bien fuertemente secularizado (prescindiendo ahora de multitudinarias manifestaciones religiosas, de estadísticas sobre la petición de la asignatura de religión, el número todavía mayoritario de bodas católicas y otros índices), y podría apelar a la existencia de libertad que se concede a todas las asociaciones. Pero no es lo mismo hablar de reconocimiento de la libertad que hablar de aceptación de laicidad.
La libertad, en efecto, es un valor común e independiente del planteamiento de la relación Iglesia-Estado que puede ser siempre invocado. Cuando hablamos de libertad, los cristianos lo entendemos como algo perteneciente a la dignidad de la persona humana y por ello exigible. Mientras que la laicidad es ya la teoría específica de la parte irreligiosa de la sociedad. Una sociedad laica no es una sociedad común a creyentes y no creyentes. Que se fijen los que están implicados en el tema que el Concilio Vaticano II ha hablado de la libertad pero no ha hablado de la laicidad. Al contrario, ha incluido como parte del bien común la vida religiosa de los ciudadanos, diciendo expresamente: "El poder civil, cuyo fin propio es cuidar del bien común temporal, debe reconocer ciertamente la vida religiosa de los ciudadanos y favorecerla". Y si se me permite un texto más completo, aunque sea un poco más largo: "El poder público debe pues asumir eficazmente la protección de la libertad religiosa de todos los ciudadanos por medio de justas leyes y otros medios adecuados y crear condiciones propicias para el fomento de la vida religiosa a fin de que los ciudadanos puedan realmente ejercer los derechos de la religión y cumplir los deberes de la misma, y la propia sociedad disfrute de los bienes de la justicia y de la paz que provienen de la fidelidad de los hombres a Dios y a su santa voluntad".
La Iglesia tiene naturalmente el derecho a pedir que se le reconozca la misma libertad que se concede a todo grupo social. La libertad es un bien universal exigible -dentro del bien común- mientras que la laicidad es un presupuesto que es él mismo una actitud de negación de la íntima relación entre lo natural y lo religioso. Más aún, es obvio que los defensores católicos de este diálogo, si son sinceramente católicos, cuando dicen que el Estado ha de ser laico no quieren decir que la sociedad ha de ser laica. Y ahí es donde se produce el constante enfrentamiento radical no resuelto por el nuevo planteamiento, porque precisamente el Estado positivamente autónomo e independiente de Dios tiene como ideal social un Estado laico. Mientras unos -los creyentes- exigirían un Estado laico, pero no un Estado laicista, los otros -el Estado laico- usaría el arma del laicismo para llegar a una sociedad totalmente laica. Y esto es lo que de hecho ocurre y no puede dejar de ocurrir. La persecución directa y violenta a la Iglesia es un camino usado por muchos Estados totalitarios -todos los comunistas y casi todos los islamistas-, mientras la persecución solapada -no menos efectiva- se practica en muchos países democráticos. Pero, en cualquier caso, la meta no es la persecución de la Iglesia sino su desaparición.
Un Estado laico -totalitario o democrático- no puede legislar más que de acuerdo con el principio de que la sociedad, que él rige, ha de ser laica. Y esto implica que velará para que no se haga presente la religión y la Iglesia en esta sociedad civil.
Allí donde se dé una cuestión que pertenezca por una parte a lo meramente civil pero por otra a lo religioso el Estado laico no dudará un momento en adoptar aquella legislación y aquellas decisiones prácticas que tiendan a anular la presencia de las doctrinas y las prácticas religiosas.
Ahora bien, la vida social, la vida cotidiana, no puede desenvolverse del modo que Dios ha mandado si se separa de la penetración religiosa de tales acciones. No se puede extrapolar a la totalidad de la vida humana, individual y colectivamente considerada, lo que puede acontecer en determinadas parcelas minúsculas e inoperantes en el verdadero dinamismo humano. No se puede equiparar el ser más íntimo del hombre, su naturaleza y sus más profundas inspiraciones, con determinaciones acciones meramente exteriores, destinadas a la elaboración de productos meramente útiles y sin ninguna significación de finalidad. Pongo, por ejemplo, la fabricación de ascensores, que constituyen un bien, sin duda, útil y están al servicio del hombre pero no constituyen en modo alguno una realización del hombre en cuanto hombre. No tendría demasiado sentido hablar de ascensores católicos o ascensores laicos.
Pero ¿puede aceptarse esta indiferencia religiosa en las cosas importantes de la vida? ¿Puede haber indiferencia que sea igualmente respetuosa con la creencia y la increencia? La ausencia de la religión en la vida pública no es un terreno común y anterior a la división entre creyentes y no creyentes sino la opción laica, pura y absolutamente considerada.
La enseñanza cristiana ha de ser conocida por todo el mundo de modo que ni nos engañemos ni engañemos a nadie. Los cristianos, por serio, no tienen obligación ni capacidad de vivir en guetos separados. Ellos necesitan vivir la religión como ella es, al modo social y lo único que se puede invocar es el respeto a las creencias -o increencias- de los demás, pero no de modo que tengamos que admitir como "lo normal" la positiva separación de ideas y acciones que, por su misma naturaleza, dicen relación directa al ejercicio de la religión. Piénsese en la naturaleza del matrimonio, en la legislación sobre el divorcio, en el aborto -tema donde el Estado ha puesto a luz pública su sentido del derecho, legalizando el más infame de los delitos-, en la escuela llamada pública (que debería llamarse estatal, porque públicas lo son todas), en las campañas de prevención del sida, en la programación de las radios y televisiones públicas y un largo etcétera.
Una sociedad laica no es un terreno común a creyentes y no creyentes. El sofisma se reduce a algo tan sencillo como absurdo. Se quiere introducir la idea de que, puesto que la afirmación de la existencia de Dios -que connota necesariamente la acción cósmica y social, por su misma significación filológica- es una "opción" no compartida por todos, el terreno común entre decir "Dios existe" y la proposición "Dios no existe" es -increíble, pero cierto y, por tanto, ¡créanlo!- "organicemos la sociedad sobre la base común de que «Dios no existe»". ¿Base común?
Por mera lógica no existe una base común a dos proposiciones contradictorias. Y la que se ha elegido y se impone es "Dios no existe". La propuesta de un Estado laico no laicista es un imposible lógico. Todo Estado laico es por, el solo hecho de serio, un Estado laicista, esto es, que tiende sistemáticamente a producir una sociedad laica, esto es, a separar a los hombres de la religión y, en definitiva, de Dios.
Nadie en la Iglesia puede apartarse lo más mínimo de su doctrina tradicional y de lo enseñado por el Concilio Vaticano II.

(Gracias Jim, por seguir haciendo el bien desde el cielo. Un beso a la Inmaculada y San José).

lunes, 29 de junio de 2009

¡Déjame nacer!

He hecho un montaje muy simple para dar voz a los niños en el seno de sus madres. La idea me rondaba desde que comenzó el "Proyecto Orangután" de los socialistas y satélites... ¡Cómo me hierve la sangre cuando pienso que no encuentro ningún verde-ecologista que sea anti-abortista!
Por si acaso, y para evitarme problemas, el copyright es de National Geographic y Dodot.

viernes, 24 de abril de 2009

Respuesta al Sr. Garrido

Como no todos leeréis los comentarios, os pongo aquí la respuesta que he escrito a uno de ellos, que podéis leer en la entrada del 5 de abril intitulada "Algo más sobre las ideas". La dureza de las expresión no es nada comparada con el cabreo que tenía cuando la escribí. Así que todos perdonad. Gracias.

Estimado Sr. Garrido:
Respondiendo a sus preguntas, le diré sucintamente:
1. No se puede ser teólogo -teólogo cristiano- y ateo al mismo tiempo. La Teología sin fe es Filosofía. Y si esa filosofía se sustenta en premisas erróneas, no será sino un conjunto de falacias y axiomas pedantes.
2. El "título" de teólogo ¿puede tenerse sin fe? Claro, no se le va a quitar el diploma, pero sí la cualificación. Comprenda que la Teología no es una ciencia como las demás, pues sus premisas son los artículos de fe.
3. Usted dice que las vías de Santo Tomás son discutibles. Discuta si quiere. Para mí las tengo como irrefutables. Puede discutirme también si uno más uno son dos. No me convencerá de algo distinto.
4. Ningún teólogo católico con sentido común ha intentado discutir que las tres Personas de la Trinidad sean una sola, porque eso es una herejía. Estudie un poco antes de meterse en materias que no domina.
5. Por su sola razón, o como usted dice, "tirando del hilo lógico", nunca se puede llegar al conocimiento de la Santísima Trinidad. Es una verdad revelada y de fe.
6. Dios ha hablado a todos. La Biblia y la Iglesia también le hablan a usted. Otra cosa es que no quiera escuchar.
7. Pilatos era un cobarde y se lo hizo en los pantalones romanos cuando reconoció la inocencia de Jesucristo. Evidentemente, con esa firmeza y dignidad moral e intelectual no supo o no quiso reconocer que tenía la Verdad ante sus narices.
8. Acaba diciendo, como quien no quiere decir nada: "Piénselo como quiera, pero la verdad es subjetiva y respetable, lo demás es intolerancia". Bueno, pues usted que es catedrático, estudie un poco más sobre qué es la verdad. Como veo que anda flojo de latines, le recuerdo que es "adaequatio intellectus et rei". Si la verdad fuera subjetiva, ¿de qué pretende hablar conmigo? ¿De qué pretendo yo hablar con usted?
9. No me importa en absoluto que me llame intolerante por defender que la verdad es objetiva. Prefiero ser intolerante con el error antes que mínimamente tolerante con el mismo.
10. Mire, no ha topado con la Iglesia. Ha topado con la razón. Y usted no la tiene, lo siento. No me pesa nada ser intolerante con lo que usted ha escrito. Gracias por tomarse la amabilidad de haberlo hecho. Ya he tenido bastante con tolerar sus faltas de ortografía. Y me avergüenza de que usted sea Catedrático y escriba esto y así... ¿Ve? Es como ser "teólogo" y no tener fe...

sábado, 18 de abril de 2009

A mí también me pasa, pero no soy Papa…

«Mi accade spesso di svegliami di notte e cominciare a pensare a una serie di gravi problemi e decidere di parlarne al Papa. Poi mi sveglio completamente e mi ricordo che io sono il Papa». (Beato Papa Juan XXIII)

Sacerdote mártir, Beato Martín Martínez Pascual

Tomado del blog Arriba

La fotografía –de la agencia EFE- refleja el rostro de un sacerdote español, capturado por milicianos republicanos, instantes antes de ser fusilado en el mes de agosto del año 1936.
El autor de la instantánea es el fotógrafo alemán Hans Gutmann, que posteriormente se nacionalizó español y cambió su nombre por el de Juan Guzmán.
El Sacerdote de la imagen, según informa hoy el semanal Alfa y Omega, sería el beato Martín Martínez Pascual presbítero y mártir, miembro de la Sociedad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, que recibió en la misma persecución y en el mismo día -18 de agosto de 1936- la corona de la gloria, según datos de Santopedia, en la localidad de Alcañiz (Teruel) aunque el fotógrafo sitúa el lugar del fusilamiento en la localidad de Siétamo (Huesca), distante unos ciento cuarenta kilómetros de Alcañiz, diferencia que puede deberse al lugar de la sepultura o del Registro civil.
La fotografía la tenía en su despacho el Decano de la Facultad de Teología de San Dámaso, Pablo Dominguez, recientemente fallecido en accidente de montaña. Según informa Alfa y Omega, preguntado éste por la fotografía afirmó:
"La conseguí en Moscú, en un congreso. Me gustó y, al leer las frases del recuadro, me interesé mucho más. Es la fotografía -lo explicaba brillándole los ojos, se sentía emocionado y con ganas de imitarle; parecía que hablaba de sí- de un sacerdote español, el Beato Martín Martínez, operario diocesano, natural de Valdealgorfa (Teruel), diócesis de Zaragoza. Se la tomó un fotógrafo ruso -hoy sabemos que es alemán- que estaba entre los republicanos, durante la guerra civil española. Fijaos bien en su mirada firme, los brazos en jarras, seguro y valiente... Se la tomaron unos segundos antes de fusilarlo".
Sin duda que la enorme fuerza de la mirada del sacerdote a las puertas del cielo debió desconcertar a sus verdugos que esperarían de su víctima una actitud menos digna con la que tranquilizar sus conciencias adoctrinadas por los que ahora son llamados en colosal sarcasmo “luchadores por la libertad y la democracia”.
LFU

lunes, 6 de abril de 2009

Enviado al ABC, sobre la vida y el aborto

Sr. Director:
En el ABC del domingo día 5 de abril el Sr. Jon Juaristi se expresaba en la sección de opinión (pág. 10), haciendo referencia a la nueva legislación del aborto con estas palabras: «No hablaba Pasolini de derechos del embrión o del feto, sino de la sacralidad de los mismos, que no son personas (ni siquiera la Iglesia se plantea bautizar embriones), pero sí vida humana que pugna por existir, adquirir forma…». La ambigüedad de la expresión no aclara si el Sr. Juaristi hace suyo el pensamiento de Pasolini. En cualquier caso, me gustaría señalar lo siguiente:
1. La Iglesia reconoce que el embrión posee desde su concepción la misma dignidad personal que cualquier otro ser humano sin distinción de etapa espacial o temporal en su vida, y por encima de limitaciones operacionales. En otras palabras, da igual que una persona sea cigoto o adulto, esté dentro del vientre de su madre o fuera, sufra alguna mengua en su capacidad locomotora, física o psíquica, o por el contrario tenga plenitud de facultades. La dignidad personal es inalienable y sagrada. Por esta razón, defiende la vida “desde su concepción hasta su fin natural”. Con palabras del Catecismo (n. 2270): «La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida».
2. Esta dignidad es propia del embrión humano no por ser un ser vivo, sino por ser persona. En este sentido, es artificial y confusa la distinción entre “ser persona” y “ser vida humana”. Ambos conceptos son, metafísicamente hablando, la misma realidad. Al decir “ser–persona” entendemos un ente con un grado de ser superior, de por sí racional y subsistente, solamente atribuible a Dios, los ángeles y los humanos. Y en el caso de los humanos, y seguimos hablando con lenguaje metafísico, el acto de ser del alma hace posible la existencia del cuerpo y constituye la fuente de sus operaciones personales. En el mismo acto en que se constituye el cigoto humano, un alma informa, sostiene y organiza vitalmente esa misma “materia”. No existe cuerpo humano sin alma, ni alma humana sin cuerpo (incluso después de la muerte, el alma permanece vinculada a su respectivo cuerpo hasta la resurrección). Resumiendo: ¿es el cigoto ser humano? Sin duda alguna, sí. Y por ello con la misma dignidad personal que el resto de los humanos. El cigoto, embrión o feto, es persona porque es ser personal. «El embrión debe ser tratado como una persona desde la concepción» (Cf. Catecismo, n. 2274).
3. No podemos caer en la trampa reduccionista de entender como persona únicamente al feto ya plenamente formado. Cuando hablamos de “persona” en el sentido de alguien con físico reconocible, sentimientos, entendimiento activo… estamos dando a esta palabra un sentido muy distinto al que utilizamos para referirnos a la dignidad del ser humano. Desde esa errada perspectiva fenoménica, se entiende que las personas que, por ejemplo, sufren alguna limitación o discapacidad, sean para muchos “menos personas”, lo cual es tan terrorífico como alarmante, y desgraciadamente, es la idea que subyace en la defensa del aborto y la eutanasia, e incluso, llegando al absurdo y la locura, de la discriminación racial o sexual.
4. El canon 871 del Código de Derecho Canónico dispone que «En la medida de lo posible se deben bautizar los fetos abortivos, si viven». El mismo canon es aplicable a los embriones. El problema está en “la medida de lo posible”. Difícilmente podrán bautizarse los embriones congelados, o aquellos con los que se experimenta, o los abortados con la RU–486 (mifepristrona o píldora del día después). El hecho de no bautizar a los embriones expuestos a morir responde a problemas “técnicos”, no de principios.
5. La vida humana no pugna por existir. Lo que no existe no pugna. El embrión con vida humana pugna por desarrollarse plenamente, algo que precisamente es lo que impide el aborto, como lo hace, en distinta fase de su desarrollo, la muerte violenta de un niño. El embrión no tiene más vida ni existencia que la correspondiente a un ser humano. No puede considerarse vida vegetal o animal, aunque estemos hablando de un microorganismo. Análogamente hablamos de la vida humana de un enfermo en “estado vegetativo”, ser personal con una vida igualmente inviolable y sagrada.

Algo más sobre las ideas

No sé por qué hoy escribo esto, creo que porque lo he leído en un blog amigo y me ha refrescado la memoria. Cuando daba clase de Religión, vino el inspector de turno –apodado, y no por mí, “Mahoma”-, y espetó a un querido profesor de Matemáticas aquella frase de Rousseau tan manida como estúpida, que dice algo así: “No moveré un dedo por defender tus ideas, pero daré mi vida porque puedas defenderlas”.

Con esta frase quiso intimidar a mi compañero y a todos los del claustro. Yo, que tenía reciente mi Filosofía, pensé en lo estúpido que era ese inspector, pero preferí callarme antes de que me abrieran expediente por inconstitucional o algo así.

Sólo quiero decir una cosa: si una idea es falsa, estúpida, equivocada, llámenla como quiera, –y para el caso me da igual que sea intencionadamente o no falsa, estúpida, equivocada, etc…-, lo será siempre y nunca la defenderé ni moveré un dedo para defenderla.

Y si el que la defiende está convencido de ella, intentaré por todos mis medios que rectifique, entre en razones, estudie el tema, y si la verdad en cuestión es de suficiente valor, puedo decir que daría mi vida porque una persona aprenda la verdad. Es justo lo que he hecho diciendo sí a la llamada del Señor para ser sacerdote. Y si esta vocación me costara el martirio, sería un broche de oro para mi vida que jamás podré merecer, y que sólo cabe esperar de la bondad de mi Amado.

Ahora bien, lo que nunca haré será defender que alguien pueda defender un error, falsedad, equivocación, mentira, calumnia, etc. Seré comprensivo, intentaré buscar una justificación lo más benévola posible a su error, le querré y rezaré por él, lo que quieran; pero nunca moveré un dedo para que el “defender un error” sea un derecho de nadie, ni mucho menos dar mi vida para defender una libertad de expresión de error.

¿Por qué? (y ya acabo), porque el error no tiene derechos, sea objetivo o subjetivo. Y una persona equivocada o ignorante es esclava de su error o ignorancia (o malicia, si es el caso), pero no libre. Es la verdad lo que libera, y por ella sí merece la pena luchar.

Gracias a Rousseau tenemos la maldita EPC, el relativismo moral, el sincretismo y relativismo religioso, el escepticismo filosófico. Incluso, si apuramos conclusiones con silogismos en “bárbara”, el aborto, la experimentación con embriones, las uniones antinaturales, y cosas de ese tenor. ¿Quieren más? Gracias a Rousseau tenemos a ETA en las instituciones y en las ikastolas. Y tenemos el Gobierno que otros han votado y todos sufrimos. Y así seguiremos mientras Rousseau sea Palabra de Constitución.

Basta ya. Viva la Verdad. Viva Cristo Rey.

Rousseau, si no estás en el infierno, intentaré aliviar un poco tus penas de purgatorio con una Misa. No me lo puedes impedir. Al fin y al cabo, tengo libertad para pensar que tú y tus discípulos sois unos malandrines perversores de la mente humana, ¿o no?

miércoles, 11 de febrero de 2009

Eutanasia juvenil

Anoche mamá y yo estábamos sentados en la sala hablando de las muchas cosas de la vida... entre otras... estábamos hablando del tema de vivir/morir.
Le dije: 'Mamá, nunca me dejes vivir en estado vegetativo, dependiendo de máquinas y líquidos de una botella. Si me ves en ese estado, desenchufa los artefactos que me mantienen vivo. PREFIERO MORIR'.
¡¡¡Entonces, mi mamá se levantó con una cara de admiración... Y me desenchufó el televisor, el DVD, la TV por cable, Internet, el PC , el mp3/4, la Play-2, la PSP, la WII, el teléfono fijo, me quitó el móvil, la ipod, el Blackberry y me tiró todas las cervezas!!!
¡¡¡¡CASI ME MUERO!!!!