viernes, 26 de enero de 2007

Publicado en Hispanidad.com sobre la Constitución Europea

http://hispanidad.com/noticia.aspx?ID=3450

Sr. Director:
Es cosa sabida, a fuer de evidente, que el actual Gobierno socialista está haciendo lo posible (e imposible) por hacer desaparecer a la Iglesia del plano público y, de paso, arrastrar consigo cuanto pueda en el ámbito privado.
Queriendo hacernos comulgar con ruedas de molino, y erigiéndose en dueño de la ley y la verdad, pretende que veamos como bueno y fuente de progreso aquello que no es sino perversión y regresión. Con una sutil navaja dividen el tiempo queriendo marcar un antes y un después en la vida de un embrión humano, como si el ser “asesinable” fuera cuestión de tener un día más o menos, de vivir nadando plácidamente en el líquido amniótico o respirando el aire de la biosfera. Igualmente, pretenden que pensemos que da lo mismo ser heterosexual que homosexual, que yo puedo formar una “familia” con uno de mi sexo, del sexo contrario o, puestos a respetar presuntas libertades, con mi súper-cariñoso perro, o con dos varones y tres mujeres, porque abierta la puerta a la contradicción. ¿Qué más da uno que veinte?
Decía Dostoievski que si Dios no existe, todo está permitido. Evidente. Si no hay Alguien que fije las reglas del juego para todos, nosotros nos hacemos dueños de esas reglas, y por tanto del juego y de los jugadores, ponemos castigo a los perdedores y damos el premio que nos da la gana a los ganadores. Determinamos quién puede jugar y cómo y quién debe ser expulsado del juego.
Servidor ha nacido en 1974. Fui bautizado cuatro años antes de que la mayoría de los españoles me “impusieran” sus reglas del juego en una Carta llamada Magna que también llaman Constitución Española. Muchos de ellos, sin duda, votaron con sincero corazón, pensando que lo mejor para nuestro país era esa Constitución. Muchos otros votaron a favor de la misma con la intención de que ésta fuera un instrumento poderosísimo, capaz de contentar a todos y, al mismo tiempo, una espada de doble filo que fuera capaz de defender y atacar según quien la blandiera. A mí, por cierto, no me pidieron opinión. Si ahora me la pidieran, votaría que no a la Constitución, sabiendo que el decir esto es tanto como acusarse ante la policía de la peor de las masacres, ser un proscrito, incivilizado, antidemócrata –calificativo que por otra parte para mí tomo gustoso–. Es esta una posición que me inhabilita para ejercer cargos públicos, y me hace traidor a la Patria y autor de un delito de lesa majestad.
Señores, seamos serios. Si resulta que gracias a la Constitución tengo derecho a matar niños antes de nacer, casarme con personas de mi sexo y de paso adoptar niños, si tengo el deber de colaborar con mi contribución fiscal a comprar preservativos y regalar píldoras abortivas, a permitir que la gente pueda ir enseñando sus “desvergüenzas” en bici o en monopatín a la vista de todo ojo u objetivo, y muchas más cosas de este tenor. Si ser constitucional significa todo esto, quede claro que yo me borro de la lista. Estoy convencido de que a medio plazo nos meterán en la cárcel por ser anticonstitucionales. Nos harán tragar la Constitución Europea como hicieron tragar a nuestros padres la española. Una Constitución que el 90 (ó más) por ciento de la gente no tiene ni idea de qué va ni de qué viene, y que parece solamente sonar a lo mismo que una moneda cuando la tiro al suelo.
Tolerar significa permitir algo que no se tiene por lícito. Es decir, que tolerancia significa permitir lo malo, no aprobarlo como bueno. Cuanto más tolerante soy, más manifiesto que hay realidades perversas en la sociedad. No, yo no quiero ser tolerante. Yo respetaré siempre a las personas, pero no me pidan que respete las ideas que no comparto. Lucharé con mi vida por la verdad y contra el error, aunque me cueste la sangre. Si alguien la quiere, aquí me tiene.

VIVIR LA CASTIDAD MATRIMONIAL EN UN MUNDO SIN DIOS

No es la lepra, la peste, ni la gripe. Hoy la epidemia es el sida. A nadie se le escapa la gravedad de esta enfermedad difundida con velocidad proporcional a la del olvido de Dios y desprecio de la naturaleza creada y del amor humano. Allí donde hay más promiscuidad sexual y mayor drogadicción, es donde hay más sida. Los remedios, mejor aún, “el remedio” propuesto por las autoridades pertinentes no parece ser sino el uso del preservativo. Éste parece también ser el remedio contra la pobreza en los países subdesarrollados, el causante de la felicidad matrimonial, el “evita-niños-sin-matarlos” de los padres llamados responsables, el juguete más divertido para el fin de semana de los adolescentes, objeto indispensable en el bolso de su hija y en la mesilla de noche, artículo para mayores y menores de edad de venta las 24 horas del día en cómodos dispensadores colocados en bares y farmacias. En resumen, parece ser que el preservativo se ha convertido en poco menos que la fuente de la felicidad, si no su medio indispensable. Y sin embargo, la realidad es evidente: sida, divorcios, abortos, embarazos extramatrimoniales, pobreza… ¿Qué está pasando?

1. El bien y el mal

El mal no es siempre “daño físico a otra persona”, pero siempre es ausencia de bien. En la vida cotidiana hay muchas cosas que hacen mal, aunque no siempre duelen físicamente. Por ejemplo, si un niño de dos años da una patada a su madre, ciertamente no le romperá la pierna, pero posiblemente parta en dos su corazón maternal. Si alguien me insulta o insulta a quien yo amo, no hay tirita que cure esa ofensa. Si uno hace mal su oficio, perjudica a cuantas personas son beneficiarias de su trabajo. Estos ejemplos dan algo de luz, pero no llegan aún al fondo de la cuestión.
Supongamos que uno tiene tendencia a comer sin medida. Es claro que puede llegar sufrir de obesidad. Ahora bien, imaginemos que tal persona tiene un metabolismo capaz de digerir cuanto come, y por eso su forma física es y será excelente. ¿Diríamos en tal caso que “es bueno comer sin medida”? En el comer humano no sólo toman parte la boca y el estómago. Las funciones “animales” del hombre están dominadas y regidas por la razón. Por eso entendemos qué significa “comer como un animal”. Digamos lo mismo de otras funciones corporales como dormir o ir al baño… En eso también demostramos que somos humanos, que somos capaces de dominar el tiempo y modo de realizarlas. Cuando uno vive irracionalmente se aleja de lo que le distingue y ensalza sobre las otras criaturas: ser inteligente y libre. Además, recordemos que ninguna acción humana es indiferente: al obrar uno se hace mejor o peor, y en cada acción va edificando su propia personalidad, su vida.
Otro aspecto fundamental es caer en la cuenta de que somos seres sociales por naturaleza. Ni estamos hechos para vivir solos, ni podemos vivir sin la ayuda de los demás. Nuestras acciones tienen repercusiones en mayor o menor medida sobre los demás. Hay mil acciones que debe realizar cada uno, como comer, dormir, asearse, ser ordenado, estudiar o trabajar, divertirse… que tienen influencia en el modo como los otros nos tratan, estiman, se apoyan o apoyarán en nosotros, y cuanto más genuinamente humana es esa acción, más elevado puede ser el aprecio o desprecio hacia quien la realiza. Baste considerar la profunda diferencia entre un buen o un mal policía, un médico eficaz o incompetente, un maestro entregado o despreocupado.
Pues bien, en el acto sexual humano podemos distinguir estos varios aspectos. Por un lado, es un acto regulado, regido por la razón, y por ello voluntario en el modo y en el tiempo. Hacerlo conforme a la razón o contra ella nos hace mejores o peores, nos asemeja a los hombres o nos hace más irraciones, por así decir, que los animales, puesto que ellos, en condiciones genuinas, actúan siempre “pro natura”, y no “contra natura”. Por otro lado, el acto sexual es un acto social, esto es, que exige la presencia del otro, y más concretamente, de la colaboración de la persona del otro sexo. Baste por ahora apuntar estas ideas, ya que necesitan mucha más profundidad.

2. Hacer trampas al amor y a la verdad

En primer lugar notemos cómo, de ordinario, en los medios de comunicación social el debate sobre el preservativo se centra en argumentos médicos: la infalibilidad del preservativo parece ser lo que hace bueno o perverso su uso. Sería bueno su uso si fuera totalmente eficaz contra los embarazos y contra el contagio de enfermedades. Por eso, dada la alta eficacia del preservativo en estos casos, se presenta a la Iglesia como contraria al control de la natalidad y cuasi culpable del sida.
Muchas veces parece ser que el argumento católico es que “el preservativo falla”. Dicho de otra manera, si se consiguiera el “preservativo perfecto” la Iglesia se quedaría sin argumentos. Aunque hasta la OMS reconoce que el preservativo no es plenamente eficaz, y que utilizarlo como medio para regular la paternidad o para evitar una enfermedad es, cuanto menos, temerario, el argumento de la ineficacia del preservativo, siendo verdadero, es el menos importante y, según avanza la técnica, cada día menos consistente.
Permítaseme expresar una sospecha: quien esto escribe tiene la impresión de que a las compañías fabricantes de preservativos lo que menos les importa son los enfermos de sida o la felicidad de los novios y matrimonios, y que lo que de veras les mueve son los copiosos beneficios de la venta de sus productos. Me gustaría mucho poder tener tiempo y medios para estudiar las relaciones entre estas empresas y aquéllas propietarias de las patentes de medicamentos contra el sida, aunque este asunto sea por ahora una intuición.
Una segunda trampa al amor la encontramos en el olvido de la diferencia entre las relaciones sexuales realizadas antes o después del matrimonio. Recuerdo un autor, de cuyo nombre y libro no voy a hacer publicidad, que distinguía entre relaciones “pre-matrimoniales” y “pro-matrimoniales”, creyendo hacer un favor a los jóvenes y a los novios. Quien eso escribió creo que nunca ha sido ni novio ni esposo, y no sabe lo que es entregarse en parte o del todo. El acto sexual no es sólo un rato de diversión o de placer. Para los humanos, que somos quienes pensamos y amamos, el acto sexual es la entrega total de mi cuerpo, mi vida, mi alma, a la persona que es parte de mi cuerpo, mi vida y mi alma, de la que no tengo miedo separarme ni puedo separarme porque es mía y yo soy suya. El matrimonio es ese momento de unión, de fusión, y no antes. Quien ha sido novio o novicio o seminarista sabe perfectamente la diferencia entre el antes y el después del “Sí, quiero”, de ese instante de amor en el que uno se lanza al vacío sabiendo que cae en el corazón de la persona amada y con ella se hace uno. Darse del todo es, entre otras cosas, darse para siempre. La entrega sexual antes del matrimonio no sólo no prepara al matrimonio, sino que quiere usurpar lo que sólo se vive en él. La diferencia entre el antes y el después no es sólo temporal, es esencial: ya no son dos, sino una sola carne; se da uno del todo a quien se te da del todo, y no sólo una parte de sí mismo a quien te da sólo una parte. Y esa totalidad es perpetua, incluye en sí el cuerpo, el alma, el corazón, las potencialidades todas del ser, incluida la mayor potencialidad del hombre y la mujer: la fecundidad.
Digamos brevemente algo sobre una trampa más: el pensar que da igual un acto sexual abierto a la vida o cerrado a ella. El acto sexual es por su naturaleza un acto de entrega mutua y por ello, un medio maravilloso para el crecimiento en el amor entre los esposos. Recortar esta entrega es poner barreras al amor. Sería cuanto menos ridículo dar la mano con guantes o un beso con mascarilla, porque estos actos expresan confianza y entrega. Igualmente, poner barreras al acto matrimonial rebaja su propia naturaleza, recorta su significado, y por tanto, ponen límites a la entrega total: uno se “reserva” la capacidad de ser padre o madre. Si el amor no ama del todo, es imposible que crezca, antes bien, lo normal es que mengüe. No sería difícil encontrar la relación entre las rupturas matrimoniales y el uso continuado de anticonceptivos, puesto que al utilizarlos se coarta el amor sexual, una de las expresiones más importantes del amor conyugal.
Pero no solamente es limitado el amor. Una diferencia más está presente entre el acto conyugal fecundo o infecundo: la generación de una nueva vida. Podríamos llamar a esta diferencia “metafísica”, en el sentido de que es la condición ordinaria para la creación de una nueva vida. No es lo mismo comenzar a existir que no existir. El niño que no es engendrado en un acto matrimonial concreto, nunca será engendrado. Nunca sabremos cuál habría sido el destino de ese niño y su aporte a la felicidad de sus padres y a toda la humanidad.

3. Y Dios los creó

Hasta ahora no hemos hablado de Dios. Y esto es así porque la unión matrimonial, incluso entre no creyentes tiene, como la naturaleza misma, sus leyes propias que han de ser respetadas como parte del bienestar humano. Cuando hablamos de la castidad conyugal no hablamos para cristianos solamente, pues la ley natural que Dios ha inscrito en la naturaleza es para los que somos parte de esa naturaleza, y no para un pequeño grupo de “escogidos”. Esta ley natural, en cuanto principio y fundamento del obrar humano, es llamada ley moral. Por eso se puede exigir a los no cristianos que vivan conforme a la moral, se les puede hablar de comportamiento no moral, de valores morales… La indisolubilidad del matrimonio, la monogamia, el respeto al acto sexual, nacen de la ley natural, no de ser cristiano.
Ahora bien, si esto es así, ¿por qué no se ve tan claro? ¿Por qué parece que el mundo va del revés, que lo natural es lo contrario de lo que dicta la ley natural? Y aquí entra Dios, o más bien, el rechazo a Dios. En este punto los cristianos tenemos una inmensa ventaja: nos han sido reveladas muchas cosas directamente relacionadas con nuestra vida, y una de ellas es el pecado original. El pecado original oscurece el entendimiento y debilita la voluntad, y con ello desordena las pasiones e instintos. Su herida es mayor en la voluntad que en el entendimiento, y por eso aun sabiendo que una cosa está mal, la hacemos. Y su herida, cuando es profundizada por los pecados, acaba por entenebrecer tanto el entendimiento que uno cree ser bueno lo malo y viceversa. El Enemigo de la natura humana, como gustaba a San Ignacio llamar al demonio, extiende su maldad a través de los medios de comunicación, de la educación, la familia, amistades… Y así tergiversa el orden natural. Empujando al hombre a obrar contra la ley natural hace que el hombre obre contra sí mismo. Por eso el hombre, cuanto más pecador, menos hombre.
Pero una esperanza gozosa viene en auxilio del hombre: Cristo es el sanador del género humano. Donde abunda el pecado sobreabunda la gracia. Por eso Cristo hace al hombre plenamente hombre. Y este canal de gracia, la Humanidad de Cristo, se extiende a sus miembros por medio de los sacramentos y con la intercesión de la Virgen y San José. Los cristianos tenemos a mano los remedios para vivir en plenitud. Por eso, cuanto más grite el mundo que es imposible vivir la castidad, más debemos proclamar que con Cristo podemos vivir la castidad, la fidelidad, la indisolubilidad matrimonial. No tengamos miedo a ser santos esposos, porque Cristo está con nosotros.

PUNTO DE APOYO

Gracias a Dios ya han pasado los días de la euforia “Da Vinci”, y su versión cinematográfica va siendo reemplazada en cartelera por películas cargadas de mucha mayor verosimilitud como X-men, la decisión final o La niñera mágica. Hace años que, una y otra vez, publicaciones escritas y en pantalla dan golpes al aire buscando noquear a la Iglesia más por mareo que por golpe certero. La Iglesia española, en su última instrucción, ha puesto en guardia a los fieles sobre diversos puntos de nuestra fe y vida católicas sobre los que, desde dentro o desde fuera, se intenta hacer un tocado y hundido. Todos sabemos que la fe va “en lote”, o todo o nada, puesto que una y la misma es la Autoridad que nos la ha revelado y con la que la Iglesia enseña. Quien dice que los problemas de fe no influyen verdaderamente en la vida de los católicos, como si pudiéramos vivir en católico sin fe, o como si la vida ordinaria no tuviera una relación directa, como de causa-efecto entre el creer y el obrar, está, simplemente, en otra presunta fe, o mejor, presunta moral, pero no en la fe y vida cristiana. Yendo a las raíces de esta nefasta solución de continuidad, vemos varios frentes:

1) Desdivinización de Cristo. No se esconde a nadie el arrianismo cuasi-solapado por escritores que se quieren llamar católicos, y patente en quienes aborrecen este adjetivo. No me refiero ahora directamente a quienes dan por superada la explicación teológica de la fe desde siempre creída y tan claramente mostrada en el Concilio de Nicea (a. 325). Las sutilezas teológicas van, desgraciadamente, dirigidas a un público minoritario. Me refiero a hechos más comunes y fácilmente reconocibles. Valgan unos pocos ejemplos:
El intento de hacer olvidar la encarnación y nacimiento virginales de Cristo. Dentro de seis meses volveremos a caer en la cuenta de la proliferación de los Papanoeles en detrimento de los Reyes Magos, de los árboles y guirnaldas en proporción inversa a los belenes, y de los Felices fiestas en vez de los Feliz Navidad. Ciertamente, las raíces católicas de España aún dan frutos hermosos, pero a nadie se le escapa el intento deliberado de arrancarlas. Otros casos, aunque menos flagrantes, son los de querer sustituir a la Virgen por diosas madres, matronas de la fecundidad o similares. Dar hermanos de carne a Cristo con el fin de “humanizar” a la Virgen y al Señor, haciéndolos uno de tantos y atribuyendo a las primitivas comunidades cristianas el desarrollo de un “Cristo de la fe” a la medida de una Iglesia antijudaica y post-constantiniana. Y en la misma línea unir en matrimonio a Cristo y Santa María Magdalena.
Pudiéramos seguir, pero lo dicho basta para dejar totalmente la misión divina de Cristo, su encarnación sobrenatural, el fin primordial de su crucifixión, y por supuesto, su resurrección. Negada ésta última, no se puede sostener la fe en la Eucaristía, en los sacramentos, en el cielo ni en el infierno, en nada, vana es nuestra fe.
No nos es difícil encontrar el enlace directo con los ataques acientíficos a la sábana santa, y el deseo de quitar los crucifijos de las escuelas o suspender las procesiones de Semana Santa.

2) Desdivinización de la Iglesia. No quiero hacer publicidad aquí de los libros que últimamente descubren, ¡ignorantes de nosotros!, las tramas ocultas del Vaticano. Asesinatos, poderes arcanos, libros secretos, dinero, política, sexo... todo vale con tal de denigrar. Los católicos vemos con desconcierto qué fácil es ampararse en la libertad de expresión para calumniar rastrera y simplemente a esa multitud anónima llamada “Iglesia Católica”, en la que Cristo Dios y el temor al infierno son las excusas perfectas para mantener el sometimiento de los fieles.
Lutero es vindicado como el gran salvador de la Iglesia. Hace pocos días pude ver en ese programa tan científicamente apasionante, (tanto como la novela de nuestro amigo Dan), llamado Cuarto Milenio cómo un sacerdote pedía mil Luteros para renovar la vida cristiana. ¡Con lo fácil que le habría sido pedir mil santos, como los coetáneos del ex-agustino Martín!
Si la Iglesia es una sociedad más, sin ninguna relación a lo divino, queda al nivel de las asociaciones de vecinos, muy numerosa y poderosa, pero nada más.
Llegados a este punto permítaseme hacer un apunte que viene al caso. Leo demasiadas veces que la Iglesia enseña como un logro, un progreso, la separación Iglesia-Estado. Y sin embargo, no he encontrado ningún texto del magisterio oficial en el que se enseñe como buena tal cosa, sino más bien la distinción y legítima autonomía (legítima según la ley de Dios, claro está). Les invito a no leer los titulares y comentarios, sino los textos magisteriales tal cual, y si son en latín, tanto mejor, porque podrán encontrarse con gratas sorpresas. Y el que la Iglesia sea distinta del Estado, es tan evidente como que son distintas la Divinidad y la humanidad de Cristo, la fe y la razón, la gracia y la naturaleza, pero nunca separadas, sino que permaneciendo en su ser y obrando según su naturaleza, las segundas están sometidas a las primeras, y en su caso, iluminadas, fortalecidas, pero nunca contrapuestas o contrarias. Y este es el principio de la Doctrina Social de la Iglesia, nacida de la potestad vicaria de Cristo Creador y Rey del mundo y las sociedades.

3) Interpretación “infiel” de la Escritura. O sea, querer interpretar la Biblia sin fe. De un tiempo a esta parte abundan los filólogos, historiadores, antropólogos, científicos... que resultan ser agudos hermeneutas bíblicos. Resulta, según ellos, que todos los cristianos hemos leído mal la Escritura, que no hemos entendido a los Evangelistas y hagiógrafos, que ni siquiera estos Evangelistas y hagiógrafos entendían lo que escribían, y que solamente quien ha estudiado hebreo, arameo, latín, griego, e Historia del judaísmo y cristianismo primitivos podrán acercarse someramente a los textos bíblicos. Fácil es extraer las conclusiones:
a) Los Evangelistas no escribieron historia, sino historieta.
b) Los cristianos primitivos no tuvieron más remedio que inventarse más historietas para hacerse creer y valer, situación que tuvo un culmen con el Edicto de Milán. De todo lo espúreo de la Escritura la Iglesia nunca ha sabido deshacerse, pese al intento glorioso de Lutero y, más cercano a nosotros, de los ilustrados y modernistas.
c) Siendo esto así, la fe de la Iglesia se sustenta en cuentos como los hechos milagrosos sucedidos en torno a la infancia de Cristo, los mismos milagros de Cristo, y por supuesto la Resurrección.
d) El lenguaje helénico adornó de tal manera la simplicidad de los hechos que las definiciones dogmáticas nada tienen que ver con la fe apostólica.
e) La misma Tradición Apostólica es un modo de sostener lo insostenible, ya que es un modo de hacer creer aquello que ni siquiera se encuentra en la Escritura.
f) La Iglesia Jerárquica es un invento para mantener en el poder la perfecta estructura dominadora y capitalista del catolicismo.
g) Hasta tal punto llega el afán de someter a los fieles, que la Iglesia oculta y censura brutalmente a quienes quieren hacer resplandecer la verdad. De este modo, los evangelios apócrifos son condenados, escondidos, desterrados para que la verdad permanezca oculta. Dicho de paso, tengo en mis manos la primera edición que la BAC publicó en 1956 de Los evangelios apócrifos de Aurelio de Santos Otero, por cierto en bilingüe. Si miran la bibliografía, verán que mucho antes había ediciones de libros apócrifos en lengua vernácula, sin incluir las incontables citas y comentarios de los Santos Padres y el Magisterio a lo largo de todos los siglos. Resulta que no creer en el error es cerrarse a la verdad. ¿Dónde queda el principio de no contradicción? No en sus sabias cabezas.

Pudiéramos seguir y extraer del Magisterio las condenas correspondientes a otras tantas aseveraciones. Inútil intentarlo, pues negada la potestad magisterial de los Pastores, ni tradición ni magisterio tienen nada que enseñar. Me viene a la cabeza un el libro de texto con el que un amigo sacerdote estudió la asignatura de Patrística en el Seminario: su autor era protestante. Y digo Patrística porque me acuerdo del libro, pero todos tenemos en la memoria los nombres de autores de libros del Tratado de Gracia o de Sagrada Escritura que profesan la misma confesión, y además son tenidos como principal apoyo en las respectivas clases de Teología. Piensen por un momento en qué teología sobre la Virgen María, la Gracia, las virtudes, Cristo Salvador... puede tener un protestante. Pues bien, su Biblia es la misma, idéntica que la de los Católicos, con una diferencia: la fe católica tal cual ha sido transmitida por la Tradición y es enseñada por Magisterio de la Iglesia. Los protestantes y los sabios mediáticos de los que hablamos tienen un punto en común, punto por cierto capital: no creen con la fe de la Iglesia. Si bien es verdad que el Protestantismo tiene un cierto apoyo en la Tradición, ésta es, como la Escritura, susceptible de libre interpretación. Y claro está, los protestantes tienen algo a su favor que hace posible el diálogo con los católicos y es su quicio: el amor sincero al Señor y a la Santa Biblia, amores éstos normalmente ausentes en los teólogos y teólogas de la televisión. Me da mucho pesar el hecho de que presenten como maestros de la verdad a quienes no entienden el lenguaje ni el hecho religioso, ni creen en Dios personal, ni viven la fe de la Iglesia. Acuden a los apócrifos como norma de fe (¿tendrán como libro de cabecera el pseudo Evangelio de Judas?), y desisten de oír la interpretación ininterrumpida y siempre coherente de la Iglesia. Tiemblo cada vez que se presenta un debate sobre un tema religioso, y entrevistan a dichos personajes cuyo referente religioso no pasa, en el mejor de los casos, de una visión aristotélica de Dios. Y tiemblo más aún cuando, arrinconando a un teólogo de verdad, dan la voz a “teólogos” y “teólogas” sin fe y sin comunión con la Jerarquía. ¿No se darán cuenta del mal que hacen? Me cuesta mucho creer que su disenso dialogado es debido a su ignorancia y que lo hacen con buena fe, y por supuesto, me niego a creer que su ignorancia sea invencible.

4. Desdivinizar a los católicos. Cristo, la Iglesia como institución, y la Escritura son enemigos que no se quejan y cuyos ataques directos tienen repercusiones en quienes nos sustentamos en ellos: los católicos. Nosotros sí somos personas con sentimientos, con cabeza y corazón. Toca pues, enfrentarse a nosotros. Desde San Pablo ya somos necios por Cristo. Vamos contra el hombre porque hacemos penitencia y vivimos la castidad, vamos contra la sociedad porque hacemos oración y nos oponemos a las llamadas libertades. Es cuestión de años, quizá meses, en que seamos declarados anti-constitucionales por defender la familia y la vida.
¿Nos apoyamos en Cristo para solucionar la vida presente? Se nos ofrece la armoniosa ayuda del yoga y el zen (cambie su Rosario por la recitación de mantras), y el siempre disponible consejo de los adivinos y brujas. ¿Esperamos la vida futura? Reencárnese usted, o bien esparza sus cenizas para hacerse uno con el mar o las montañas. El caso, como hemos dicho anteriormente, es hacer que olvidemos a Cristo.
Si los cristianos perdemos a Cristo, lo expulsamos de la familia, los colegios, la sociedad, la vida... No nos queda nada. Recuerdo que mi profesor de Catequética nos decía que la Teología de la Liberación es como querer hacer el Reino de Cristo sin Cristo. Vivir sin Dios, sin apoyo, sin perspectiva, sin sentido... y luchar por nada. Mil ONUs no conseguirán desterrar de nuestro corazón la herida del pecado original y sus consecuencias.
Un punto de apoyo y moveré el mundo. Y nuestro punto de apoyo es la verdad. Una Verdad que mueve nuestras vidas hasta en el más ínfimo detalle: Cristo vivo.