martes, 9 de noviembre de 2010

Condena de proposiciones contrarias al intelectualismo escolástico. Un documento magisterial olvidado.

Olvidado, sí, incluso por el Peter Hünermann, último compilador del Denzinger, que al paso de las ediciones ha ido, como muchos hemos podido comprobar, omitiendo o sesgando lo que a juicio del autor “dejaba de ser” magisterio o de tener “actualidad”. Difícilmente podrá sostenerse la validez de estas omisiones –ya gravísimas en la edición preparada por Schönmetzer–, dado que precisamente el fin del citado libro no es el de ofrecer el magisterio que en la actualidad enseña la Iglesia, sino ser una compilación lo más completa posible de la enseñanza y expresión de la fe que la Iglesia ha impartido a lo largo de los siglos desde sus inicios, sea de modo ordinario, sea de modo extraordinario.

Hecha esta introducción, por otra parte innecesaria a muchos de los lectores de este blog, centrémonos en el documento que nos ocupa.

El 27 de enero de 1925 se celebró en la “Semaine religieuse de Quimper”. Allí, bajo el título de «Proposiciones condenadas» se expuso el comunicado siguiente:

«Sobre una solicitud que le había sido enviada por un escritor de otra diócesis, el Sr. Obispo presentó al examen del Santo Oficio ciertas proposiciones concernientes a la filosofía, la apologética y la teología, sin señalar sin embargo a la censura las obras donde pudieran contenerse, buscando centrarse en las doctrinas más que en las personas. Su Excelencia (Mons. Duparc) ha recibido de Roma la siguiente respuesta».

El Cardenal Rafael Merry del Val envió al Mons. Duparc, obispo de Quimper (diócesis situada al extremo occidental de Francia) el escrito que trataremos de traducir al español castellano de la manera más fiel posible (Original publicado por Documentation Catholique, 1925, I, co. 991ss.).

«Roma, 1º de diciembre de 1924

Ilustrísimo y Reverendísimo Señor,

En la asamblea plenaria de la Suprema Congregación del Santo Oficio, celebrada el miércoles día 19 del mes pasado, se propusieron y fueron minuciosamente examinadas las proposiciones siguientes, denunciadas por Su Excelencia:

I. Los conceptos o ideas abstractas no pueden en modo alguno constituir por sí mismas una imagen recta y fiel de la realidad, sino solamente parcial.

II. Tampoco los razonamientos construidos con ellas pueden por sí mismos conducirnos al verdadero conocimiento de la misma realidad.

III. Ninguna proposición abstracta puede ser considerada como inmutablemente verdadera.

IV. En la búsqueda de la verdad, el acto del entendimiento, considerado en sí mismo, está desprovisto de cualquier virtud aprehensiva especial, y no es instrumento propio y único de su búsqueda, sino que tiene validez solamente en el conjunto de toda la actividad humana, de la que es una parte y momento, y a la cual solamente compete buscar la verdad y poseerla.

V. Por lo cual la verdad no se encuentra en ningún acto particular del entendimiento, en el cual habría «conformidad con el objeto», como dicen los escolásticos, sino que la verdad está siempre in fieri (en devenir, formándose), y consiste en la adecuación progresiva entre el entendimiento y la vida, es decir, en cierto movimiento perpetuo por el que el entendimiento intenta desarrollar y explicar lo que nace de la experiencia o exige la acción, de modo, por tanto, que en todo su perfeccionamiento no puede nunca darse nada determinado y definitivo.

VI. Los argumentos lógicos, tanto de la existencia de Dios, como de la credibilidad de la religión cristiana, carecen por sí mismos de todo valor “objetivo”: es decir, por sí mismos nada demuestran en el orden real.

VII. No podemos llegar a ninguna verdad propiamente dicha sin admitir la existencia de Dios y la Revelación.

VIII. El valor que pueden tener argumentos semejantes no proviene de su evidencia o fuerza dialéctica, sino de las exigencias «subjetivas» de la vida o de la acción, que para desarrollarse recta y coherentemente, necesitan de estas verdades.

IX. Aquella apologética que procede «ab extrinseco», es decir, la que asciende mediante el raciocinio desde el conocimiento natural de los hechos históricos relatados en las Sagradas Escrituras, principalmente en el Evangelio, para establecer el carácter sobrenatural y divino de esos mismos hechos, de tal modo que concluya que Dios es el autor de la Revelación a la que apoyan, es endeble y pueril, y no responde a las legítimas exigencias actuales de la mente humana.

X. El milagro considerado exclusivamente en sí mismo, a saber, en cuanto es un hecho sensible que sólo puede atribuirse al poder divino, dejando aparte tanto su significación simbólica como las exigencias subjetivas del hombre, no aporta un argumento sólido de la Revelación.

XI. La praxis religiosa legítima no es fruto de la certeza que el hombre tiene de la verdad, sino por el contrario, el único modo de obtener certeza de esta verdad.

XII. Incluso después de tener fe, el hombre no debe permanecer estancado en los dogmas de la religión, y adherirse a ellos fija e inconmoviblemente, sino más bien perseverar en alcanzar una verdad ulterior, desarrollando nuevos sentidos e incluso corrigiendo lo que cree.

Los Eminentísimos y Reverendísimos Señores Cardenales que juntamente conmigo son Inquisidores Generales, tras pedir consejo a los Señores Consultores, en su respuesta decretaron:

Que las proposiciones presentadas, tal cual son enunciadas, ya fueron en su conjunto proscritas y condenadas por el Concilio Vaticano y la Santa Sede, o bien conducen a las mismas proposiciones ya proscritas y condenadas.

Comunicando esto a Su Excelencia en cumplimiento de mi cargo, suplico al Señor todo lo mejor y más feliz.

R. Card. Merry del Val».

Hasta aquí el documento magisterial. Recordamos bien cómo San Pío X, tomando pie de los cánones enunciados en el Concilio Vaticano I, formula la fórmula del juramento antimodernista, obligatorio para cuantos en la Iglesia tenían la misión de enseñar, sea en cátedras, sea en púlpitos. Así, el Concilio (Dz. 1806) disponía que «Si alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema». Más tarde, el juramento antimodernista (Dz. 2145) mandaba profesar «que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser ciertamente conocido y, por tanto, también demostrado, como la causa por sus efectos, por la luz natural de la razón mediante las cosas que han sido hechas [cf. Rom. 1, 20], es decir, por las obras visibles de la creación».

A nadie se le escapa la precisión añadida por el santo Papa: “y, por tanto, también demostrado”. Es esta una piedra de toque fundamental para reconocer si un filósofo o teólogo han sido envenenados por el modernismo o no. No faltan quienes tildan de ingenuo y mal aconsejado a San Pío X, diciendo que manda profesar algo que sería, dicen ellos, en sí mismo imposible: la demostración de la existencia de Dios. Huelga decir que estos mismos consideran igualmente superado cualquier razonamiento basado en las cinco vías de Santo Tomás, despreciándolas como hijas de una concepción infantil de la física y metafísica que hoy se suponen descartadas ante los nuevos avances de la física molecular y atómica.

Muy al contrario, San Pío X sabía muy bien qué enseñaba y mandaba enseñar. El famoso atque demonstrari ya había sido objeto de consideración en el Vaticano I. La Congregación General 39ª, celebrada el 1 de abril de 1870 (Mansi, vol. 51, col. 261 D ss.), describen lo siguiente:

En las enmiendas presentadas por los padres conciliares al segundo capítulo del esquema sobre la fe católica, la enmienda séptima, dice así:

«”1. La misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede, con la luz natural de la razón humana, es decir, por argumentos metafísicos, cosmológicos y morales, ser conocido con certeza y demostrado”. – O simplemente, “Puede con la luz natural de la razón humana, ser conocido con certeza y demostrado”».

La respuesta de la Deputatio fidei, fue la siguiente (Ibid., col. 276 AB):

«…Otra enmienda referida a la segunda parte dice: por la luz de la razón natural puede ser conocido con certeza y demostrado, peca por defecto y por exceso. Por defecto, porque no se indican los medios naturales por los que el hombre puede conocer naturalmente a Dios; y por exceso, poruqe no sólo dice que Dios pueda ser conocido con certeza por la luz de la razón natural, sino también que esta existencia de Dios puede ser probada o demostrada, siendo así que conocer con certeza y demostrar es una y la misma cosa, aunque la Diputación de la fe determinó elegir la expresión más suave y no ésta más fuerte».

Aquí estriba la centralidad del argumento: «certo cognoscere et demonstrare sit unum idemque».

La concepción evolucionista o dialéctica de la verdad, o el querer “forzar” la realidad a mi querer y entender, es lo que hace que desaparezca todo entendimiento objetivo, pues las esencias quedarían a merced de mi razón, de mi voluntad, o de cierta “violencia” de contradicción al modo hegeliano. Lo mismo ocurre en el orden moral y, por supuesto, en el orden teológico. Kant defiende que si se pregunta a un hombre virtuoso por qué cree en la inmortalidad del alma y en la existencia de Dios, éste respondería: “porque yo quiero que así sea, porque tengo necesidad de ello y me interesa” (Kant, Crítica de la razón práctica, P. U. F. 1943, pág. 153, en Verneaux, R., Crítica de la “Crítica de la razón pura”, Rialp 1978, pág. 259).

La realidad de las esencias existentes independientemente del conocimiento humano y que por éste son intencionalmente aprehendidas, es un punto de partida imprescindible. Por eso, los razonamientos hechos partiendo de los entes aprehendidos tienen su paralelismo fuera de la mente humana. De aquí que si un razonamiento está bien construido, es infalible, y dadas todas las premisas, su conclusión irrefutable. La evolución de las ciencias, sean de la rama que sean, provienen de construir verdades sobre verdades. Y el orden racional vale lo mismo para la moral, física, política, filosofía, teología… en todas ellas la verdad es la realidad de las cosas.

lunes, 18 de octubre de 2010

Déjame que te sueñe. (A mis dos madres, la de la tierra y la del Cielo)

Déjame que te sueñe,
que por la noche dormir no puedo.
Entra en mi alma, ven y posee
cada latido, cada momento.
Que si no puedo tenerte cerca
déjame al menos tenerte dentro...
Por unas horas gozar contigo,
de par en par abrir mi pecho
para mostrarte cómo te amo
y cómo sufro si no te tengo...
Dame unas horas para soñarte,
que nada estorbe mi pensamiento.
No te me vayas jamás, mi vida,
que sueño en vela que estoy dormido
y velo en sueños cuando te sueño...

miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿De qué estás hecha, mujer? (A las mujeres de mi vida: mi Madre del Cielo y mi madre de la tierra)

Dime de qué estás hecha,
mujer toda de carne y fuego.
Tan dulce en tanta amargura,
tan sensible, mujer de acero,
tan sufrida, y sin embargo
sólo sabes dar consuelo.
¿Cómo todo lo soportas,
si en verdad eres de carne?
Si eres más fuerte que el hierro,
¿por qué me es tan dulce amarte?
Si abrasas al mismo fuego,
¿cómo ardes sin quemarte?
Corazón de fuego que ama sin medida,
cuerpo de hierro que todo tolera.
Agua que lava heridas,
luz que alumbra mis tinieblas,
vida que me das vida,
tierra firme en la tormenta.
Capitana de mi vida,
vives sin miedo a la muerte,
y amarrado a tu persona,
no tengo miedo a perderme.
Porque te ocultas en todo
y lo eres todo a la vez,
resuélveme este misterio:
¿de qué estás hecha, mujer?

domingo, 12 de septiembre de 2010

Lo que queda después de un beso

Tras este título tan “romántico” se esconde lo que quisiera comunicar con esta cuasi-poesía. A todos los consagrados de rito latino se nos ha concedido el inmenso don del celibato, del cual somos depositarios y custodios como de un inefable tesoro encomendado por el Espíritu Santo. Es difícil expresar cómo es el amor de un consagrado hacia el Señor, su Esposo, y viceversa. Un amor que incluye el propio cuerpo, pero omite hasta la sombra de cualquier expresión o pensamiento carnal. Yo quisiera hoy dar una pequeña luz, un sencillo aspecto de este puro amor entre el Amado y la amada, la amada y el Amado. Se me ocurrió compararlo con el amor que queda después de un beso. Pensad en un beso puro, enamorado, como el que nuestras madres nos pueden haber dado. Ahora quitad el beso y quedaos con el “después”. Pues bien, como ese amor infinito, perdurable, pero casi totalmente distinto, es el que hay entre mi Señor Jesucristo y el alma. Las palabras se quedan cortas, por eso ahí va la poesía…

Cuando te vas nunca te alejas,
siempre te quedas conmigo,
y aunque ya no estás en carne y hueso
dejaste marcada tu huella en mi destino.
Todo me recuerda tu presencia,
y si tus labios ya no están sobre los míos,
perdura en mi abierto y herido pecho
el amor que canta su fuerte latido.
No está la llama, pero sí el calor ardiente,
mi flor se ha ido dejando su fresco perfume,
me queda todo, me quedas toda,
que conmigo por siempre permanece
la dulzura que dejan tus caricias,
la alegría que resuena en tus canciones,
la hermosura que grabó en mí tu figura,
la ternura de tus palabras,
la fragancia de tu cuerpo,
el recuerdo de tantas emociones…
Por eso nunca te pierdo, y es menos
lo que de menos te echo,
porque siempre está conmigo
lo que queda después de tu beso.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Carta de San Pedro Claver, o cómo ser un misionero cabal (Es la segunda lectura del Oficio divino de su fiesta, el 9 de septiembre).

De las cartas de San Pedro Claver, presbítero.

(Epist. diei 31 maii 1627 ad Superiorem suum data; Edit (in lingua hispanica) A. Valtierra, S.L., San Pedro Claver, Cartagena, 1964, pp. 140-141)

ENVIADO PARA DAR LA BUENA NOTICIA A LOS QUE SUFREN, PARA VENDAR LOS CORAZONES DESGARRADOS, PARA PROCLAMAR LA AMNISTÍA A LOS CAUTIVOS.

Ayer, 30 de mayo de este año de 1627, día de la Santísima Trinidad, saltó en tierra un grandísimo navío de negros de los Ríos. Fuimos allí cargados con dos espuertas de naranjas, limones, bizcochuelos y otras cosas. Entramos en sus casas, que parecía otra Guinea. Fuimos rompiendo por medio de la mucha gente hasta llegar a los enfermos, de que había una gran manada echados en el suelo muy húmedo y anegadizo, por lo cual estaba terraplenado de agudos pedazos de tejas y ladrillos, y esta era su cama, con estar en carnes sin un hilo de ropa.

Echamos manteos fuera y fuimos a traer de otra bodega tablas, y entablamos aquel lugar, y trajimos en brazos los muy enfermos, rompiendo por los demás. Juntamos los enfermos en dos ruedas; la una tomó mi compañero con el intérprete, apartados de la otra que yo tomé. Entre ellos había dos muriéndose, ya fríos y sin pulso. Tomamos una teja de brasas y puesta en medio de la rueda junto a los que estaban muriendo, y sacando varios olores de que llevábamos dos bolsas llenas, que se gastaron en esta ocasión y dímosles un sahumerio, poniéndole encima de ellos nuestros manteos, que otra cosa ni la tienen encima, ni hay que perder el tiempo en pedirles a los amos, cobraron calor y nuevos espíritus vitales, el rostro muy alegre, los ojos abiertos y mirándonos.

De esta manera les estuvimos hablando, no con lengua sino con manos y obras, que, como vienen tan persuadidos de que los traen para comerlos, hablarles de otra manera fue con provecho. Asentámonos después o arrodillámonos junto a ellos, y les lavamos los rostros y vientres con vino, y alegrándolos y acariciando mi compañero a los suyos y yo a los míos, les comenzamos a poner delante cuantos motivos naturales hay para alegrar un enfermo.

Hecho esto, entramos en el catecismo del santo bautismo y sus grandiosos efectos en el cuerpo y en el alma, y hechos capaces de ello y respondiéndonos a las preguntas hechas sobre lo enseñado, pasamos al catecismo grande: Uno, remunerador, castigador, etc. Luego les pedimos afectos de dolor, aborrecimiento de sus pecados, etc. Estando ya capaces, les declaramos los misterios de la Santísima Trinidad, Encarnación y Pasión, y poniéndoles delante una imagen de Cristo Señor Nuestro en la Cruz, que se levanta de una pila bautismal y de sus sacratísimas llagas caen en ella arroyos de sangre, les rezamos, en su lengua, el acto de contrición.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Miedo sin ti (A la Inmaculada)

Tengo miedo de dejarte,
de olvidar tu pensamiento,
de escribir tu nombre en agua,
lanzar palabras al viento…
Tengo miedo de no amarte,
de perderte en un momento,
tengo miedo de ofenderte,
de que pase sin ti el tiempo…
Por eso, para que nada
haga sombra a tu recuerdo
grabaré a fuego en mi alma:
«¡Amada mía, te quiero!»
Vengan tormentas si quieren,
vengan sus rayos y truenos,
contra mi luchen demonios
que a nada ni nadie temo.
Que saber que tú me amas
basta para mi sustento.
Ya no me interesa nada
si a mi lado yo te tengo.

domingo, 29 de agosto de 2010

Marca de madre. A mi mamá y a todas las mamás del universo.

Marca de madre, a fuego lento impresa en cada momento.
Sin doblez, sin copia, sin par y sin modelo.
Pones tu sello en todo, inconfundible y recio,
suave como las caricias que deslizabas en mi pelo,
dulce como tus flanes, fresco como tus besos.
Marca de madre, que estallas en mil luceros:
los de las noches frías, los del dolor incierto,
los de las pesadillas y de los justos suspensos:
que basta una mirada tuya para deshacer el hielo,
para matar los monstruos que acechan mi dulce sueño,
para calmar la pena y despertar el talento.
Marca de madre mía, señal grabada en todo lo bueno.
Noches en vela para cuidarme, -más que hijo tuyo era tu dueño-,
tortilla de patatas, zurcido perfecto,
sábanas recién puestas para caerme muerto
tras el baño caliente y el colacao bien lleno.
Todo lo haces para quererme, ¡y yo qué poco, mamá, te quiero!
Marca de madre mía, ¡con cuánto gusto te llevo dentro!

Canción del pajarillo herido

Misión sacerdotal y obra de misericordia es consolar al triste. Y las penas de amores son mucha tristeza… Hoy dedico esta poesía a un amigo muy especial que tiene el corazón destrozado por un amor imposible. Y a todos los corazones heridos.

Un pajarillo está herido,
-transverberado de amor-,
y en un vuelo de su pluma
dejó escrita esta canción:

Hoy volaré, como siempre,
a la caza de tu perfume.
Me asomaré a tu ventana,
y si la dejas abierta,
entraré sin hacer ruido.
No quiero molestarte,
sé que nunca podré tenerte.
Eres humana, demasiado humana para mí,
y jamás podré llenar tu corazón solitario.
Si pudiera hablarte,
decirte lo que me quema por dentro,
si pudieras sentir mi corazón acelerado…
Vuelo por ti. Canto por ti. Vivo por ti.
Deseo que amanezca para poder sentirte cerca.
¡Si pudiera empujar al Sol para que antes saliera...!
Me derrito en deseos de sentarme a tu vera,
beber en tu vaso, comer de tu plato,
dormir en tu cama, morir en tus brazos.
Que mi última mirada se pierda en tus ojos,
que mi postrer trino resuene en tu oído,
que mi aliento final sea con el puro aire de tu pecho.
Hoy haré mi vuelo más gentil y risueño,
escribiré en el aire mi declaración jurada:
¡que nunca habrá en mi vida más amor que el tuyo,
no cantaré para nadie más que tú,
no volaré si no es para hacerte sonreír,
que fuera de ti no quiero nada!
Los colores con que Dios me vistió sólo son para agradarte,
y palidecen ante el azul de tus ojos, el blanco de tu rostro,
el carmín de tus labios.
Parece alegre mi trino, y no es sino pura tristeza
por saber que nunca gozaré de tu arrullo,
que jamás podré darte un beso,
ni tener un hijo tuyo.
Desearía mi muerte si vivir sin ti pudiera.
Y aunque no pueda vivir contigo,
tú das sentido a mi vida.
Por eso, amada mía,
volaré hasta mi muerte
a la caza de tu perfume.

sábado, 28 de agosto de 2010

A todos los neo-papás

Me ocurre a mi, como a todos los sacerdotes, que cruzando el umbral de los 30 años, los amigos, así de la infancia como de la juventud, se van casando y son bendecidos con hijos. Uno, que evidentemente es sólo del Señor, no tiene esposa ni retoños de carne y sangre. Y en las conversaciones, dirección espiritual, llamadas telefónicas, etc…, en estos momentos en los que los corazones se abren de par en par, fluyen las confidencias, a cual más bonita. Y me pasa que por ser sacerdote, como que mis amigos se esfuerzan en los detalles, en hacerme comprender lo que nunca podré “experimentar”.

Movido por estas declaraciones de esponsalidad y paternidad tan bellas, se me ocurrió escribir una carta. Carta evidentemente ficticia, pero no por ello falsa. Es como un resumen de lo que mis buenos amigos me van contando. Y a ellos y a todos los neo-papás se la dedico con todo mi afecto y admiración. Según va avanzando el misterio de iniquidad, más y más valoro el ser esposo y padre.

Por cierto, esta carta, –me da corte decirlo, pero es la verdad-, ha resultado ganadora en el programa EsAmor, de EsRadio. La podéis oír aquí. Me ha tocado un viaje de fin de semana, pero aún estoy esperando que me llamen para ver a dónde, cuándo, y si puedo regalárselo a alguno de esos matrimonios amigos, cosa que me encantaría. Ahí va:

«Yo apenas pensaba en otra cosa. Más bien, sólo pensaba en él. En mi vida, todo había perdido su dirección propia, y la gravedad tenía una sola dirección cuya velocidad se multiplicaba en cada latido de mi acelerado corazón. Me pasaba lo que a mamá cada vez que íbamos de compras: ya se tratara de comida, ropa, calzado o detergente, todo lo refería a mí. Que si tal cosa me gustaba, que qué lástima no hubiera una talla menor, que si las manchas de hierba de mis remendados pantalones se esfumarían con tal producto… Nunca pensaba en ella. Y así sigue. Es madre, y yo creo que algo de eso he heredado.

Cuando lo veo, tan pequeño, tan sonriente, tan para-comérselo, se me olvida todo lo demás. Me encanta dormirlo en mi pecho, darle el bibe, cambiarle los pañales. Al principio no acertaba, pero el amor hace aprender todo. De hecho, el amor hace sobrehumanos a los más miserables mortales. Cuando mi esposa me susurró entre besos aquella frase antológica de “¡Estoy embarazada!”, las lágrimas de alegría no me dejaban ver el torrente de hormonas que le bombardeaban no sólo a ella, sino a mí. Me he vuelto súper sensible, y me encanta. Yo, macho candidato a anuncio de colonia para hombres, huelo a esa infantil mezcla de talco y Nenuco que no para de recordarme quién soy.

Mi niño no conoce mis noches. He aprendido a dormir entre toma y pañal, y ya no sé soñar si no es en los tres. Siento que ya no tengo vida anterior. No me importa. Me encanta mi vida de ahora. Tan débil como era para tantas cosas, mi niño es la medicina que me hacía tanta falta para remediar tanta flojera. Yo, que desde mis diecisiete no pasaba una noche en vela sin sentirme apabullado, apenas duermo muchas noches. Tan pulcro en mi horario, me doy cuenta de que el amor conlleva salir de las propias casillas y rehacer los planes a cada segundo. Así en tantas cosas… Y sin embargo, tan feliz…

A veces tengo miedo, o más bien, creo que lo tengo. Pienso en el futuro de mi hijo. El mundo anda tan acelerado, que temo quedarme estancado y de padre pasar a bisabuelo en diez años, desenganchado del devenir. Pero me aferro a la certeza de que ningún acontecimiento, ningún descubrimiento, ningún nuevo pecado o virtud podrán jamás quitarme el ser padre, y serlo por toda la eternidad.

Cuando lo miro embobado y pienso: “¡Es mi hijo!”, me siento totalmente desbordado de responsabilidad, y como humillado. Es totalmente desproporcionado: ¿Cómo hemos podido hacer algo tan grande? No quiero pensarlo, porque me siento como lanzado al vacío. Aunque realmente es así: un salto en confianza. Un vivir en esperanza. Mi niño me da tanta fuerza que no creo que haya dificultad alguna que se me presente de la que no pueda salir victorioso. Creo que por darle lo mejor sería capaz de todo. No hay toro bravo que me haga frente. Y si muriera en la batalla, moriré luchando, nunca dormido.

Gracias, mi niño, por haber tomado posesión de mi vida. Gracias, Cari, por hacerme sentir tan útil pese a mi poca sangre. Cuando me enamoré de ti, pensé que nunca habría nada que hiciera sombra a nuestro amor. Y así ha sido. Este niño tiene tus ojos, tu sangre y vida. Y sin embargo es también mío. Tanto amor no hace sino fundir a fuego nuestros tres corazones. No es que no quepa más amor en mi corazón, es que mi corazón se hecho inmenso, infinito. Y es todo y por siempre tuyo; todo y por siempre suyo».

Sacerdote de mi Amado

Permíteme ser tu cáliz,
llevar tu Sangre en mis venas.
Que sea mi cuerpo el Tuyo
y me convierta en patena.
Déjame ser tu Palabra,
tus manos, pies y cabeza.
Mi boca sea tu voz,
y cada beso que dé
sólo de tus labios sea.
Sacerdote de mi Amado,
Hostia viva y verdadera.
Como atraviesan los clavos
tu Cuerpo hasta la madera,
así clávame contigo
y que clavado en Ti muera.
Que si vivo para amarte,
que si tu amor me alimenta,
que si tu amor es mi vida
y tu vida es vida eterna,
se queda la muerte en nada,
que tu Corazón es puerta
por donde entra el humilde
y dormido en tu pecho queda.
Sacerdote de mi Amado,
¡Hostia, cáliz y patena!

A mis hermanos sacerdotes, pidiéndoles su bendición.

miércoles, 30 de junio de 2010

Concilio Vaticano II, concilio católico

Discutía hace meses con un sacerdote sobre un tema disciplinar. Yo, haciendo lo más rápido que me fue posible acopio mental del magisterio que apoyaba la disciplina en cuestión, ofrecí mis argumentos. Mi buen adversario, por el contrario, me espetó con un arma de difícil mecanismo y fácil disparo: “El espíritu del Concilio”. Evidentemente, se refería al último ecuménico. Mi respuesta fue rápida: “¿Te has leído los textos conciliares?”, “Casi todos”, me contestó. “¿Y en qué Constitución, Decreto o Declaración está escrito ese “espíritu”? Me contestó, algo vagamente, que el espíritu se encuentra en la forma de interpretar y poner en práctica dichos escritos, respuesta para la cual no hace falta tener muchas luces. Continué: “¿Y la práctica o interpretación es magisterial, o sólo lo escrito y tal cual está en el latín original?” Llegados a este punto, me dijo que era un integrista y que si no sé leer. Le dije que sí, que yo había leído el Concilio varias veces y en latín, y que por ninguna parte encontraba fundamento al espíritu en el que él se apoyaba para deslegitimar la disciplina que nos ocupaba. No podíamos hablar más tiempo, porque cada uno debía irse a sus obligaciones. Él me entendía perfectamente, y yo a él más de lo que él se creía. Evidentemente, entiendo a lo que uno se refiere cuando habla del “espíritu del Concilio”, pero con la misma evidencia soy capaz de distinguir cuándo uno busca un apoyo ilegítimo para una doctrina heterodoxa o una praxis equivocada.

Mi buen amigo, con todo mi respeto, es de los llamados progres. Y sin embargo, su argumento sirve también para los llamados integristas. Y con ellos me refiero a los que condenan los textos del Concilio como heterodoxos, y no por ellos mismos, sino por su espíritu. Entre ellos me he encontrado muchos que no utilizan la analogía y leen los textos conciliares como ciertas facciones protestantes la Sagrada Escritura. Otros, que quieren sacar punta a las expresiones más normales y ortodoxas, aunque, es verdad, a veces poco “tajantes”. Y otros que me hablan del Concilio por escritos de “teólogos” posteriores, no por el Concilio mismo.

El Concilio Vaticano II es, en su gran mayoría, claro y tradicional. Cualquier alma sencilla que lo lea puede decir: Es lo de siempre, pero más adornado, más explicado, a veces menos concreto… pero a la postre, la doctrina católica de siempre. ¿Y esto por qué? Porque las almas sencillas entienden y leen el Concilio desde la fe y sin complicaciones. Y este es el esfuerzo que pido yo a mis amigos, una vez más para entendernos, integristas, (palabra peligrosa ésta, porque yo me considero también integrista, pero ya me entiende el lector por dónde quiero ir y a qué me quiero referir): el esfuerzo de intentar entender ortodoxamente el Concilio, y la humildad y el esfuerzo necesarios para hacerlo. Repito, los textos son pretendidamente ambiguos a veces, poco concretos otras; allí graves omisiones, allá expresiones novedosas y multiinterpretables. De acuerdo. Pero, ¿por qué no hacer el esfuerzo de intentar entender ortodoxamente? Sabemos que el Concilio muchas veces no siguió aquella máxima de San Ireneo citada por Santo Tomás de Aquino, que los cristianos no deben utilizar las mismas palabras que los herejes, para no dar a entender que les dan la razón (Cf. Summa Theologica, III, q. 16, a. 8). Mas de esto no puede seguirse la afirmación de que se les dé dicha razón, sino más bien el peligro de confusión. Tal peligro existe y es una cesión peligrosísima, ciertamente; mas de aquí no se sigue necesariamente que una expresión interpretable deba ser necesariamente interpretada al modo heterodoxo. Me viene a la mente aquello que dijo S. Pío X del Cardenal Newman, al que yo no tengo especial devoción ni religiosa ni intelectual: “Profecto in tanta lucubrationum eius copia, quidpiam reperiri potest, quod ab usitata theologorum ratione alienum videatur; nihil potest quod de ipsius fide suspicionem afferat” (S. Pío X, carta Tuum illud opusculum, del 10 de marzo de 1908). Y más aún, salvando la analogía de personajes, lo que decía San Pedro en el capítulo tercero de su segunda carta sobre los escritos de San Pablo: “… Sicut et carissimus frater noster Paulus secundum datam sibi sapientiam scripsit vobis, sicut et in omnibus epistulis loquens in eis de his; in quibus sunt quaedam difficilia intellectu, quae indocti et instabiles depravant, sicut et ceteras Scripturas, ad suam ipsorum perditionem. Vos igitur, dilecti, praescientes custodite, ne iniquorum errore simul abducti excidatis a propria firmitate; crescite vero in gratia et in cognitione Domini nostri et Salvatoris Iesu Christi”. O sea, que tanto el Cardenal Newman como San Pablo ¡son ortodoxos! No me tenga el santo en cuenta la ironía, y sí el lector lo que quiero decir: que es fácil sacar punta al Concilio, claro que sí, pero no es es la misión del católico, sino muy otra.

En el Seminario, estudiando Patrística, el profesor me admitió como trabajo de la asignatura una traducción del Contra errores Græcorum, opúsculo escrito por el Angélico. En él, el Santo intenta desmontar los errores de los griegos, quienes precisamente apoyan sus afirmaciones en expresiones tomadas de Santos Padres y Escritores eclesiásticos, incluso de actas conciliares. Pudiérase objetar que aún la Teología no había alcanzado su cénit, que el lenguaje teológico estaba aún en formación, etc… Estas objeciones son válidas en ciertos casos, mas ni mucho menos en todos. San Atanasio, San Cirilo, San Serapio, son suficientemente claros para no inducir a error. ¿Qué ocurre, entonces? Que los ortodoxos (heterodoxos) o bien sacaban de contexto, o bien daban un sentido distinto a las expresiones de esos santos que llevaban a errores o a confusión. Bien, pues Santo Tomás intenta corregir esas desviaciones, explicando ortodoxamente lo ortodoxamente escrito, aunque a veces adoleciera de falta de claridad, o fuera “forzadamente” interpretado para decir lo que no querían decir sus autores originales. Otro principio de San Ignacio de Loyola que hace mucho bien y viene a caso es el de intentar “salvar la proposición del contrario”. Aquí, perdóneseme, el “contrario” es el Concilio, y yo tengo que hacer el esfuerzo por salvarlo, no por condenarlo. Y en este esfuerzo hemos de empeñarnos todos los católicos, puesto que los enemigos de la fe de la Iglesia ya se afanan en torcer su interpretación y dar a luz su diabólico “espíritu”. Como dice el mismo santo en la 9ª regla para sentir con la Iglesia, debemos “alabar todos los preceptos de la Iglesia, teniendo ánimo prompto para buscar razones en su defensa y en ninguna manera en su ofensa”.

Yo no soy Papa, ni obispo; soy un pobre sacerdote que quiere ser fiel a la Iglesia hasta la sangre. Cuando uno estudia Historia de la Iglesia encuentra capítulos verdaderamente tristes, penosos. Recuerdo cuántas luces me dio la lectura del libro de Hugo Wast sobre San Juan Bosco. Una frase del mismo se me grabó a fuego: “El Papa es infalible en su magisterio, no en su ministerio”. Y esto me consoló mucho. A veces, el Papa pudiera ser débil, transigir con mediocridades que ponen en peligro la vida católica en plenitud. Incluso al enseñar ocurre que a veces es ambiguo, y uno como que se siente movido a imaginarse papa y dar lecciones de gobierno y magisterio, condenar a uno, excomulgar a otro, decir las cosas de otra manera, rechazar a tal personaje, y todo ello en aras de la valentía cristiana y del fuego que arde en el alma del católico fiel. Y sin embargo las cosas no deben ser tan fáciles, ¿no? El Concilio Vaticano II fue un encaje de bolillos en el que había que conjugar la pureza de la fe católica, el deseo de no importunar ni a los miembros de otras religiones, ni a los herejes, ni a los políticos, ni a nadie; y todo ello intentando dar vigor y esperanza a la Iglesia. Me imagino que debió ser difícil. En mil partes pueden leerse los entresijos y artimañas de los padres conciliares, hechos que en principio son “secretos”. Recuerdo cómo gozaba en el Seminario leyendo los esquemas preparatorios en las Actæ Concilii Vaticani II, expresión de ortodoxia al más puro estilo del catecismo de San Pío X, y mi desilusión al ver que todo se diluía y el fin era muy distinto del principio. Y con todo, jamás, repito, jamás he encontrado nada que sea heterodoxo en los textos conciliares, o si quieren nada que no pueda ser entendido de modo ortodoxo en los mismos, a veces, lo reconozco, haciendo verdaderos equilibrios teológicos, tantos como los que hicieron los padres conciliares para ser, diciéndolo de forma brutal, “ortodoxos con expresiones fácilmente interpretables de forma heterodoxa”.

Uno de los diques de esta última forma de interpretación son las notas, tanto las aclaratorias como las que están a pie de página. Su estilo suele ser más “tradicional”, más dogmático, o sea, en muchos casos, por así decir, “lo mejor”. Así ocurre con la Nota de la Constitución Lumen Gentium, que explica el sentido de la “Colegialidad” de los obispos respecto del poder absoluto del Papa; las respectivas notas de ésta Constitución y la Dei Verbum, que intentan al menos aclarar la cualificación teológica de las mismas.

También existen las aclaraciones dentro del mismo texto de los documentos. Así, en la Declaración Dignitatis Humanæ, el número primero se ve en la obligación de dar la “clave interpretativa” de todo el documento: “Ahora bien, puesto que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo”. Es decir, que si de este decreto se extrajeran doctrinas novedosas y contrarias a la doctrina católica tradicional, estaríamos ante una interpretación torcida del mismo, trampa por otra parte en la que es harto fácil caer. El número 4 de dicha Declaración comienza así: “Libertas seu imunitas a coërcitione in re religiosa“, o sea, que hay que entender libertad religiosa como inmunidad de coacción para la fe, cosa que es pura tradición y si me apuran, verdad metafísica, puesto que el acto de fe es por su propia naturaleza libre, y si no es libre, ni es acto de fe, ni conlleva mérito. Igualmente, si en las notas a pie de página se cita, por ejemplo, las Encíclicas Libertas præstantissimum e Immortale Dei de León XIII (notas 2 y 7) y la Summa Theologica de Santo Tomás (notas 3 y 4), las enseñanzas conciliares habrán de leerse a la luz de estos textos y no de otra manera. En ninguna parte se enseña que todas las religiones sean iguales, que cualquiera de ellas sea camino de salvación, etc. Sí, a veces la expresión no es clara, o es poco fuerte, o condescendiente; tómese pues, como puntales, lo católicamente claro, y desde ahí lea lo demás.

Recuerdo que una vez un amigo sacerdote me dejó completamente perplejo, de esas veces que prefieres suspender el juicio porque temes meter la pata contra la fe de la Iglesia o el debido respeto y sumisión a su Jerarquía. La cuestión versaba sobre un párrafo de la Declaración Nostra ætate, en particular el referido a los budistas: “En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior”. Mi compañero me instaba a abrir los ojos y ver cómo la Iglesia reconocía que el Budismo era camino de salvación. La verdad, no supe qué decir ni qué pensar. Me pasé días leyendo y rezando. Y no pasaron muchos días hasta que desbloqueé mi pensamiento: esto no es lo que la Iglesia enseña como enseñanza propia, sino lo que la Iglesia enseña que los budistas enseñan. Es enseñanza budista recogida por la Iglesia como enseñanza budista, no enseñanza “asumida” por la Iglesia y enseñada como católica. Y esto ocurre en multitud de lugares.

Otro amigo me llamó la atención sobre la enseñanza conciliar acerca de la Santísima Virgen, en particular un texto del número 58 de la Lumen gentium: “También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», y continuaba diciéndome: “como si ella no hubiese sabido desde la Anunciación que Jesús era el Hijo de Dios, de la misma sustancia que el Padre, el Mesías profetizado”. Este es el modo de leer el Concilio que yo no comparto, es más, que me parece ilegítimo.

Vayamos por partes: ¿Qué significa peregrinación en la fe? Todos podemos entender que significa vivir esta vida con fe, virtud que desaparecerá en el Cielo. Dicho esto, podemos ahondar más en la palabra “avanzar”, esto es “crecer en la fe”. Es decir, que el texto quiere enseñar que la Virgen Santísima tenía fe y crecía en ella, como ocurre con los buenos católicos.

Primero: ¿La Virgen tenía fe? La Virgen Santísima tenía fe en grado sumo, como el resto de virtudes que concomitaban con su sumo grado de gracia habitual, la cual, a diferencia de Cristo, fue creciendo en ella de día en día, latido a latido. La fe como virtud desaparece bien por el pecado mortal, bien por la visión beatífica. Lo primero es impensable y herético en la Virgen. Lo segundo no ocurrió, al menos de modo habitual, hasta su Asunción.

Segundo: La fe puede entenderse en cuanto a la intensidad del acto, o bien en cuanto a la extensión de los conocimientos. Y de ambas maneras creció la Virgen en la fe según los mejores teólogos, entre los cuales no me cuento. Según la Inmaculada conocía más y más al Señor, descubría el cumplimiento de las profecías, escuchaba las palabras de su Hijo, y por otra parte los dones e iluminaciones del Espíritu Santo se derramaban inconmensurablemente en ella, así su fe crecía en intensidad y extensión.

Aquí podríamos seguir escribiendo y hacer un tratadillo sobre la fe de la Virgen María, pero este no es nuestro propósito ahora, sino hacer ver que en la lectura de los textos conciliares no hay que ser enrevesado ni buscar, permítaseme decirlo así, cinco patas al gato.

Para concluir, quisiera expresar mi convicción de que no hay que leer ni asumir el Concilio de modo minimalista, pasando por alto lo que no es tan fácil de asumir; ni menos rechazarlo como no católico, a saber, como pensando: “Es heterodoxo, pero al menos no es infalible, por lo cual puedo no asumirlo y seguir permaneciendo fiel a la Iglesia”. Esta no es mi postura ni la quiero para ningún católico, que viviría en una “esquizofrenia” católica difícilmente asimilable con una pacífica vida cristiana. Leamos el Concilio con corazón católico, con mente católica, con entendimiento católico. No sólo porque se puede, sino porque así es: un Concilio humano, lleno de limitaciones, pero universal y católico.

jueves, 24 de junio de 2010

Educación moral y matrimonio homosexual

Tengo amigos, muy buenos amigos, que viven alegremente (o eso realmente parece) con atracción al mismo sexo, algunos de ellos "casados". También tengo amigos, muy buenos amigos, que sufren esta misma atracción y quisieran ser heterosexuales. Jamás permitiré, y estoy dispuesto a partirme la cara con quien haga falta, que se insulte a ninguno de mis amigos, se les haga de menos o se les discrimine. Pero igualmente me partiré la cara con quien haga falta, y estoy dispuesto a dar mi vida en el empeño, por defender la unidad, indisolubilidad y verdad del matrimonio heterosexual, único matrimonio verdadero, dispuesto así por Dios en el orden natural, y elevado a sacramento por Cristo.
Estos días se cumplen los cinco años de la aprobación del llamado "matrimonio homosexual" en España. Con este motivo han tenido lugar varios actos y otros que se llevarán a cabo. Soy totalmente contrario a la celebración del Día del Orgullo Gay. Una cosa es pedir respeto a la dignidad de los que tienen atracción al mismo sexo, y otra muy distinta el hecho de que con este "pretexto" se insulte a la Iglesia, se blasfeme contra Dios, se denigre el matrimonio, se desprestigie y ofenda miserablemente a las familias hombre-mujer y a quienes piensan que el matrimonio heterosexual es el único matrimonio verdadero y así quieran defenderlo y enseñárselo a sus hijos, y todo ello envuelto en un lujurioso procesionar de carrozas con hombres y mujeres disfrazados y/o "semi" desnudos. El hecho de que dicha celebración conlleve un indignante derroche de dinero y medios es lo menos importante.
De todos es sabido que el veneno comunista, tras eliminar todo atisbo de sobrenaturalidad en los individuos, familias y sociedades, quiso y quiere robar el derecho primordial de los padres a la educación de sus hijos según sus rectas convicciones. Pretendiendo suplantar a Dios, se cree con la potestad de determinar cómo han de ser las familias, incluido cómo ha de transcurrir su vida sexual (Me viene a la cabeza que son ellos mismos los que nos acusan a los sacerdotes de estar siempre metidos entre las sábanas de los matrimonios). El Estado asume la educación, pasa por encima de los padres usurpando y expropiándoles sus derechos fundamentales, y enseña la moral según corresponda a las ideas de quien ostenta el poder y se arrogue la autoridad. Educar cristianamente a los hijos es una labor martirial, sí, hasta el derramamiento de la sangre.
Por eso, queridos amigos que tenéis atracción al mismo sexo: os amo con toda mi alma, rezo todos los días por vosotros y os defenderé contra cualquiera que pretenda haceros daño. Mas si tuviera que elegir entre vosotros o Dios, -como ocurriría si tuviera que escoger entre Él y mis padres, mi familia, o mi vida-, no lo dudéis, Dios siempre sobre todo aunque me exprimieran la sangre. Y así le ruego ocurra también entre vosotros. Repito, os amo de veras, pero como amigos en el Señor. Si cediera al error, a la mentira o a la injusticia, no podría amaros y ningún bien os haría mi amistad. Rezad también por mí. Un fuerte abrazo.

viernes, 11 de junio de 2010

Shen fu zai Zhongguo, sacerdote en China

Estamos acabando este Año Sacerdotal. Acabo de rezar las Primeras Vísperas del Sagrado Corazón de Jesús. Y así, lleno de amor por el Señor, quisiera hacer una entrada de blog algo especial, una confidencia en voz alta.

Cada día que pasa, mejor dicho, cada latido que da mi corazón, se acrecienta más y más mi deseo de ir a China. Por ahora, sigo haciendo lo que me mandó el Card. Cañizares cuando entregó las biblias en mandarín a mis feligreses chinos: que estudiara chino, rezara, y atendiera todo lo posible a los chinos católicos que conociera. Y es lo que estoy intentando hacer. En cualquier caso, y mientras la Obediencia no dispone otra cosa, no puedo sino calentar mi alma con tan santos deseos como los de predicar el evangelio, hacer católicos a los que vivan en el error y confirmar a los que son ya hijos de la Santa Madre Iglesia, y si el Señor me quisiera dar esta gracia, ¡ay atrevido de mí!, desde ahora irme preparando para una vida martirial en su decurso y en su final. No tengo miedo. Y espero que el Señor me sostenga y lleve a término estos benditos anhelos.

Estudiar chino se me hace difícil, pero es que lo es. Por un lado, hay que estudiar la pronunciación de las palabras, y por otro la grafía de las mismas. Es como aprender dos idiomas distintos al mismo tiempo, con la dificultad añadida de que en el carácter no siempre hay alguna pista de cómo haya de leerse… En fin, voy avanzando y estoy muy contento con mis estudios. Cuando veo que es difícil, pienso que si Dios lo quiere no hay impedimento posible; además experimento que el amor facilita muchísimo el aprendizaje.

Traigo a colación dos textos que me ayudan infinitamente cuando asoma el desánimo, aunque sea muy a lo lejos. Uno es el de una carta de San Francisco Javier a Juan III de Portugal. Me encanta pensar que en China, en Talavera o en Júpiter, nada ocurre que no disponga y permita Nuestro Señor, así para lo bueno como para lo malo. Esta verdad quita muchas preocupaciones, especialmente cuando uno piensa en los embates del enemigo terreno y del Enemigo angélico. Les invito a leerla con devoción y como metiéndose en el corazón de San Francisco Javier: corazón encendido de amor y de celo por la salvación de los chinos.

Doc. 109

A Juan III, Rey de Portugal

Goa 8 de abril 1552

«2. Este año van dos hermanos de la Compañía [Alcáçova y Silva] al Japón, a la ciudad de Amanguche, donde hay una casa de la Compañía, y un padre y un hermano [Torres y Fernández], personas de mucha confianza; están con los cristianos de Amanguche. Será Dios N. S. servido que con el mucho favor de V. A. irán continuamente en aumento las cosas de la cristiandad del Japón.

3. También escribí a V. A. cómo estaba determinado de ir a la China por la mucha disposición que me dicen todos que hay en aquellas partes para acrecentarse nuestra santa fe.

4. Yo me parto de Goa, de aquí a cinco días, para Malaca, que es camino de la China, para ir desde allí en compañía de Diego Pereira a la corte del rey de la China. Llevamos un presente muy rico al rey de la China, de muchas y ricas piezas que compró a su costa Diego Pereira. Y de parte de V. A. le llevo una pieza, la cual nunca fue enviada de ningún rey ni señor a aquel rey, que es la ley verdadera de Jesucristo nuestro redentor y señor. Este presente que V. A. le envía es tan grande, que, si él lo conociera, lo estimara más que ser rey tan grande y poderoso como es. Confío en Dios N. S. que tendrá piedad de un reino tan grande como este de la China, y que por sólo su misericordia se abrirá camino para que sus criaturas y semejanzas adoren a su Criador, y crean en Jesucristo, Hijo de Dios, su salvador.

5. Vamos a la China dos padres y un hermano lego [Javier, Gago y Ferreira], y Diego Pereira por embajador para pedir los portugueses que están cautivos, y también para asentar paces y amistades entre V. A. y el rey de la China; y nosotros, los padres de la Compañía del nombre de Jesús, siervos de V. A., vamos a poner guerra y discordia entre los demonios y las personas que los adoran, con grandes requerimientos de parte de Dios, primeramente al rey, y después a todos los de su reino, que no adoren más al demonio, sino al Criador del cielo y de la tierra que los crió, y a Jesucristo, salvador del mundo, que los redimió.

Grande atrevimiento parece éste, ir a tierra ajena y a un rey tan poderoso a reprender y hablar verdad, que son dos cosas muy peligrosas en nuestro tiempo. Y si entre cristianos es tan peligroso el reprender y hablar verdad, ¡cuánto más será entre gentiles! Pero sólo una cosa nos da mucho ánimo: que Dios N. S. sabe las intenciones que en nosotros por su misericordia quiso poner, y con esto la mucha confianza y esperanza que quiso por su bondad que tuviésemos en él: no dudando en su poder ser sin comparación mayor que el de el rey de la China. Y pues todas las cosas criadas dependen de Dios, y tanto obran cuanto Dios les permite y no más, no hay de qué temer sino de ofender al Criador y de los castigos que Dios permite que se den a los que le ofenden. De manera que mayor atrevimiento parece tener osadía para manifestar la ley de Dios personas que ven claramente sus culpas y faltas tan manifiestas, que no tener osadía de ir a tierra ajena y de un rey tan poderoso, y a reprender y a hablar verdad. Pero en esto vamos confiados en la infinita misericordia de Dios nuestro Señor que, conociendo claramente ser indignos instrumentos, Dios quiso darnos estos sus deseos siendo pecadores, como somos; y la osadía que parecía en nosotros de no temer manifestar su nombre en tierra ajena, es necesario que se convierta en obediencia, pues Dios es así servido.

6. Muchas mercedes he pedido a V. A. para los que en estas partes le han servido, y V. A. por hacerme merced siempre me las ha concedido, de lo que yo quedo obligado a servirle, y por estas mercedes humildemente le beso las manos. Ahora le pido una merced en nombre de la cristiandad de estas partes, así de los portugueses como de los de la tierra, y también en nombre de toda la gentilidad, principalmente de los japones y chinos: y es que V. A., atendiendo a la gloria de Dios y conversión de las almas, y obligación que V. A. tiene a estas partes, le pido tan encarecidamente cuanto puedo que dé orden y manera V. A. cómo para el año que viene vengan muchos padres de la Compañía del nombre de Jesús, y no legos. Y estas personas que sean de muchos años de probación, no solamente de los colegios, sino en el mundo, confesando y haciendo fruto en las almas donde hubieren sido experimentados y probados, porque de éstos tiene necesidad la India; porque de letrados sin experiencias y prueba de lo que es mundo, no se hace mucho fruto en esta tierra. Por tanto pido mucho a V. A., en nombre de Dios y de sus imágenes y semejanzas, que escriba al padre Ignacio a Roma para que dé orden para que algunos padres de la Compañía muy probados en el mundo, que sean para muchos trabajos, aunque no sean predicadores, los envíe a estas partes, porque de éstos tiene necesidad el Japón y la China y también la India. Y juntamente con éstos enviase un padre a estas partes para ser rector de esta casa, persona de quien confíe mucho el padre Ignacio por las muchas pruebas de su vida, y que el padre estuviese muy informado en las cosas de la Compañía. Y no dude V. A. que con la venida de estos padres de misa se haría mucho fruto en la India, principalmente en el Japón y en la China, porque estas dos partes requieren personas que pasaron muchas persecuciones y fueron muy probadas en ellas; y también, juntamente con esto, que tengan letras para responder a las muchas preguntas que hacen los gentiles discretos y avisados, como son los chinos y los japones.

Y para encarecer la necesidad que hay de estos padres para estas partes, me pareció que fuese un hermano [Andrés Fernándes] de esta casa a Portugal para hacer presente la necesidad que hay de estos padres en la India; y sobre esta necesidad escribo al padre maestro Simón y al padre Ignacio ahora. V. A., por servicio de Dios nuestro Señor, pues aquí no se trata sino de la gloria de Dios y fruto de las almas y descargo de la conciencia de V. A., le pido encarecidamente por merced, en nombre de Jesucristo, que haga este servicio tan señalado a Dios, pues está en mano de V. A. escribir al padre Ignacio, para que por toda la religión del nombre de Jesús busque abundancia de padres para estas partes, para el Japón y la China, porque me parece que se hallarán fácilmente, pues no es necesario sean predicadores.

7. Del fruto que hacen los padres y hermanos de la Compañía que están esparcidos por tantas partes de la India, el padre que queda rector del colegio de Goa, escribirá a V. A. muy por extenso, dando cuenta de todo.

8. Ahora, por final de esta carta, pido otra merced a V. A.: que tenga especial atención y cuidado de su conciencia, más ahora que nunca, acordándole la cuenta tan estrecha que ha de dar a Dios N. S.: porque quien en vida vive con este cuidado, a la hora de la muerte está muy confiado y descansado; y quien se descuida en la vida de la cuenta que ha de dar a Dios, se halla tan embarazado en la hora de la muerte, y tan nuevo en dar esta cuenta, que no acierta. Y así ahora por final encomiendo a V. A. que tenga muy especial cuidado de sí mismo, y no deje este negocio ni se confíe de ninguno, sino de sí mismo. Nuestro Señor acreciente los días de vida a V. A. por muchos años, y le dé a sentir en vida lo que quisiera haber hecho en la hora de su muerte.

Escrita en Goa, a los 8 de abril de 1552 años.

Siervo inútil de V. A.

Francisco».

Me parece que la carta dice tantas y tan bellas y profundas cosas que temo “profanarla” si hago algún comentario.

El segundo texto que hoy les presento está tomado del libro de los Hechos de los Apóstoles. A muchos les resultará completamente desconocido. Es una de esas perícopas que no aparecen en la liturgia de la Misa, como tantos otros fabulosos textos bíblicos, muchos de ellos omitidos en la reforma del leccionario.

San Pablo va a casa de San Felipe diácono, en Cesarea, con intención de dirigirse desde allí a Jerusalén. Intentan persuadirle, incluso con una profecía al modo judío –signos externos chocantes: Agabo, el profeta, se ata de pies y manos con el cinturón de San Pablo en plan cordero a punto de ser sacrificado–, de que no vaya adonde no va a encontrar sino persecución; pero San Pablo, lleno del fuego del Señor, muestra su disposición al martirio.

Hechos de los Apóstoles 21, 8-15

«Al día siguiente, volvimos a partir y llegamos a Cesarea, donde fuimos a ver a Felipe, el predicador del evangelio, unos de los Siete, y nos alojamos en su casa. El tenía cuatro hijas solteras que profetizaban. Permanecimos allí muchos días, y durante nuestra estadía, bajó de Judea un profeta llamado Agabo. Este vino a vernos, tomó el cinturón de Pablo, se ató con él los pies y las manos, y dijo: «El Espíritu Santo dice: Así atarán los judíos en Jerusalén al dueño de este cinturón y lo entregarán a los paganos». Al oír estas palabras, los hermanos del lugar y nosotros mismos rogamos a Pablo que no subiera a Jerusalén. Pablo respondió: «¿Por qué lloran así y destrozan mi corazón? Yo estoy dispuesto, no solamente a dejarme encadenar, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús». Y como no conseguíamos persuadirlo, no insistimos más y dijimos: «Que se haga la voluntad del Señor». Algunos días después, terminados nuestros preparativos, subimos a Jerusalén».

No dilato más esta entrada. Solamente quisiera pedir a mis pacientes lectores, que se acuerden de este pobre pecador y pidan por mí a la Señora. Como decía San José Freinademetz, misionero mártir en China, “El mejor lugar del mundo es aquel donde Dios me quiere ahora”. Así sea.

martes, 25 de mayo de 2010

Respuesta al Sr. Anónimo anarquista que comentó mi anterior entrada

Estimado anarquista:

Realmente se me hace muy dificultoso responder a su amable comentario. No quisiera faltarle al respeto ni ser menos amable de lo que usted se merece. Por tanto, tenga paciencia y piedad conmigo. Como no deseo extenderme, intentaré ser conciso.

1. Vaya por delante que en mi entrada del blog no he hablado principalmente de mí, sino de sacerdotes que conozco.

2. El hecho de que usted sea anarquista me pone en un brete, ya que no sé si con esa palabra quiere decirme que se opone a toda forma de autoridad; o que no tiene usted principios; o que simplemente es apolítico, o al menos que no “simpatiza” con ninguno de los partidos llamados “mayoritarios”. Porque si es un sentimiento o ideología contra los principios y la autoridad, no soy yo quién para hablar con usted, y me imagino que nadie, puesto que si no tenemos referentes comunes hablaremos en lenguajes del todo equívocos. Si es porque pertenece usted al partido anarquista, paréceme entonces que milita en una contradictio in terminis, puesto que no puede tener arché quien es anarquista; y por otra parte, habiendo en mente que la idea común de anarquista que tiene el pueblo llano es la de la izquierda más salvaje, asesina o cuanto menos destructora de contenedores, escaparates, mobiliario urbano, etc. (cosas algunas que yo he sufrido, y he pagado con mis impuestos, cuyo montante bien podría haber ido a los pobres…) y al mismo tiempo tan promíscua como aficionada a la bareta. Si es por ser apolítico o no simpatizante, entonces usted y yo tenemos bastante en común, aunque servidor de usted jamás de los jamases se quisiera llamar anarquista. Como en todo este párrafo hablo afectado por la ignorancia y no poca suposición, si quiere no eche mucha cuenta a lo dicho, y permítame ir a lo siguiente.

3. Me asombra que la ideología anarquista obligue a algo éticamente. Ya me asombra que obligue a algo. Más si es algo ético. Y más, que sea algo ético que suponga cierto sacrificio personal. Esto para mí es todo un descubrimiento.

4. Permítame decirle que nunca he visto a nadie pedir a la puerta de la mezquita de la M-30, como nunca he visto a ningún sij. Una vez más mi ignorancia, lo siento. Si he hablado de los sacerdotes, ha sido porque éstos, y no los musulmanes ni los sij son los atacados. Me alegraría infinitamente de ver cómo resalta por doquier la caridad de esos dos grupos. La defensa que he querido hacer no ha sido para atacar a los que ejercitan la generosidad, sino a los que quieren coartarla o desprecian con malicia, ignorancia, o ambas cosas, a los sacerdotes. Tengo un buen amigo musulmán al que quiero con toda mi alma, pero nunca he tratado con él de este asunto. Prometo hacerlo.

5. Me deja perplejo el hecho de que ser anarquísta lo considere como una “religión”, ésta sea “estricta” y usted no cobre por sus “predicaciones”. Primero, porque llame religión a ser anarquista, aunque me imagino que querrá formular una metáfora, a mi parecer poco afortunada. Segundo porque ser religión estricta, y anarquismo no se compadecen. Y tercero porque en algo, una vez más, coincidimos: en que ninguno de los dos cobramos por predicar. Sí, ya sé que le extrañará. De hecho, antes de ser seminarista yo también creía que a los curas los pagaba el Estado, fíjese mi ignorancia, aunque, para serle sincero, me parecía muy bien que el Estado pagara a todo el que lo merezca, y no que pague a los que no lo merezcan o para cosas inútiles o adversas para la sociedad. El Estado no paga al clero, no señor, aunque a usted y a todos los mozos de izquierdas o anarquistas les hayan machacado ese tópico hasta la saciedad y así lo sigan haciendo con los estudiantes, en la tele, por los periódicos, etc., en una muestra más de mala baba e ignorancia. El hecho es que los 700 euros que en general recibimos en España los sacerdotes, vienen de los bolsillos de los católicos y de las personas que marcan la x en la declaración de la renta a favor de la Iglesia o hacen donativos, y de nadie más. No se engañe. Sin embargo, yo sí pago con mi dinero a los sindicatos, partidos políticos –incluido el anarquista–, las iniciativas sublimes como el mapa de salva parte femenina cuya ignorancia ha debido frustrar a mi bendita madre y me imagino que también a la suya, centros públicos o subvencionados donde se asesina a los niños, profilácticos repartidos como chuches en los colegios, ordenadores para todos los niños del mundo mundial, magníficos y nada económicos carteles del plan E de ZP, y mil inventivas más, con lo bien que podría utilizarse ese dinero en ayudar a los pobres, promover la iniciativa económica y laboral, invertir en la lucha contra el cáncer y otras enfermedades, ayudar a las madres embarazadas, arreglar, por ejemplo, los váteres de tantos colegios y hospitales que parecen “sanitarios” de taberna, y otras mil cosas más. Pero, para no perderme, quédele claro: a los curas, quien no quiere, no da nada. Incluido usted si no lo tiene a bien.

6. Me alegro de que usted haya visto tanta caridad. Yo también la he visto, aunque no tanta, ciertamente. Y puede preguntar usted a los pobres, a los enfermos de sida, a los transeúntes, es más, a las prostitutas, a los ladrones, a los asesinos… dónde han encontrado más caridad. Me alegraría poder acompañarle en su sentimiento.

7. No sé qué verá de malo en que yo espere el Cielo. Normalmente, cuando hago caridad no pienso explícitamente en el Cielo, a menos que me esté costando Dios y ayuda, o sea algo verdaderamente más allá de mi aguante o de mis posibilidades. Al menos, usted que me imagino quiere tener un corazón noble, alégrese de que en el mundo haya habido gente como San Juan de Dios, la Beata Teresa de Calcuta, San Vicente de Paúl, Vicente Ferrer, y tantos miles de cristianos que se han entregado a los demás, aunque hayan tenido que pensar en el Cielo para no tirar la toalla.

8. No quise decir que sea fácil hacer chistes volterianos. Lo que quise decir es que es muy fácil repetirlos o decirlos como quien no quiere la cosa pero causando dolor. De todos modos, el Sr. Voltaire me parece tan listo como malo y estúpido. Y se lo dice quien lo ha leído y estudiado.

9. Me he alargado más de lo que quisiera y temo haber podido molestarle. Aunque no le siente muy bien, permítame que rece por usted. Y aunque usted no rece por mí, al menos deséeme que ame al prójimo como mi Señor, hasta dar la vida. Un abrazo.

domingo, 23 de mayo de 2010

El diezmo del cura

Llevo unos días pensando, pidiendo al Señor paciencia y entendimiento… Cuando hoy al salir de la iglesia he visto la media docena de pobres que se abalanzaban a pedir a un benemérito sacerdote, ya no he aguantado más. Y me he puesto a escribir lo siguiente.

Años llevan los de la siniestra política intentando quitar cualquier sustento pecuniario a los clérigos y a cualquier obra de la Iglesia, sin importarles lo más mínimo la dimensión socio-caritativa de las mismas. Hay miembros del PSO (permítaseme omitir al menos la “E” para no faltar a la verdad) que abogan por eliminar la casilla de la ayuda a la Iglesia en la declaración de la renta, por eliminar las exenciones fiscales (de las cuales no tengo conocimiento en mi vida ordinaria, que yo pago IVA, Seguridad Social, ORA, y cualquier otro impuesto directo o indirecto que se tercie...) El ex presidente de Castilla-La Mancha se despachó tranquilamente en televisión con una frasecilla de antología de las estupideces verduleras demagógicas: “Si hoy viniese Cristo, estaría con los pobres y los pecadores y no iría mirando con quien se acuesta la gente". O sea, para que me entiendan, “Yo sé más que los obispos lo que hay que predicar, y de hecho voy con Zerolo a Entrevías a comulgar, porque allí hay pobres, y no los obispos que están siempre pendientes de lo que no les importa”. Y por si fuera poco, políticos y algunos eclesiásticos reclaman bajada de sueldo a los sacerdotes, o un diezmo, o lo que se quiera.

Pues bien. Quisiera hacer una confidencia a mis amigos seglares, especialmente a aquellos que no tienen ni idea de la vida de un sacerdote normal y sin embargo hacen biografías al más puro estilo prensa-rosa de cualquier cura, obispo o Papa. Vaya por delante que ningún cura trabaja con vino ni sólo media hora. Un cura no tiene horario de trabajo fijo y bebe la Sangre de Cristo, que parece vino, pero no lo es. Y si en vez de ver tanta bazofia televisiva se revisara el catecismo, lo sabría. Pero claro, es muy fácil hacer chistes volterianos…

Conozco a muchos curas, entre otras cosas porque servidor por la gracia de Dios lo es. Y conozco por lo mismo la vida de los curas. Es posible que una o dos veces a la semana llame a la puerta de usted un mendigo. Y quizá le dé algo, quizá no, o dinero no pero comida sí, o acabe pensando que mejor lo da a Cáritas, que sabe que ayudan a los pobres, porque entre los que piden hay quien lo necesita y quien tiene jeta y tal… Seguramente, si usted ha ayudado generosamente a algún menesteroso, la frecuencia de visitas es mayor, puesto que ha cobrado fama de generosidad entre los que andan necesitados. Esto es para usted un título de honra que puede presentar ante el Señor el día del juicio y que va a abrirle no poco la puerta del cielo.

En mi diócesis, la aplastante mayoría de los sacerdotes vestimos traje clerical, por lo cual, es imposible que se nos confunda con los bomberos, por ejemplo. Y aunque un sacerdote no vaya vestido iuxta canon, quien lo busca lo encuentra con más o menos facilidad, si es que no se le conoce de sobra por otro motivo.

A nadie, a menos que sea malo o tonto, se le escapa el hecho de que los pobres suelen pedir a las puertas de las iglesias y no, por ejemplo, a la puerta de la sede del PSO(E). Y que buscan al cura cuando sale de la iglesia, cuando entra, a veces también cuando está dentro del templo. Y también lo buscan cuando está en casa rezando, estudiando, duchándose o durmiendo. Y que por ser uno quien es, se le parte el alma si tiene que despedir a un pobre sin darle algo. Raro es el cura que todos los días no haya tenido ante sí la mano de dos indigentes, por lo menos. Extraña la jornada en la que no te ha llamado a la puerta algún pobre. Y esto está muy bien, no me quejo de ello. Al contrario, es muy buena señal, porque significa que los curas vivimos la caridad del Señor. Y no quisiera contar aquí, porque me da pudor, los alquileres, recetas médicas, facturas de electricidad, bombonas de butano, et caetera, que salen del pelado bolsillo del sacerdote –no de la parroquia– y de los que sólo el Cielo lleva cuenta, porque muchas veces ni siquiera los interesados lo saben.

Dicho esto, me hace gracia lo del diezmo. Barata nos saldría la caridad a los sacerdotes si solamente “gastáramos” al mes 70 euros en auxilios materiales…

Ya sé que no vale el argumento, tan utilizado por los políticos, del “y yo más”. Y otra vez he de sobreponerme al pudor, (Dios me perdone, que lo hago por su amor). He visto a sacerdotes sentar a su mesa a pobres, dormir en la esterilla de los campamentos para dejar su cama a un mendigo, meterse en puros antros infectos para animar y limpiar cuerpos, enseres y suelo, y aguantar insultos y escupitajos de algún que otro necesitado de comida y modales. Jamás he visto hacer eso a ningún dirigente de izquierdas. Ojalá fuera porque lo hacen a escondidas, para ocultar su caridad a los ojos de los hombres, pero me da que no, y perdónenme si me equivoco.

Ciertamente, el Señor cuando vuelva buscará a los pobres, de modo que, Sr. Bono, ya puede ir vendiendo algo de lo que tiene, porque por ahora se queda fuera… Me gustaría que ofreciera usted un festín a los pobres en su hípica o en cualquiera de sus inmuebles, que serán suyos, pero no le hacen pobre, sino rico. Y que lo hiciera sin fotos, sin cámaras, que sólo Cristo se entere. Porque es muy bonito que uno vaya a un comedor social y salga en los periódicos y en el telediario, tan bonito como hipócrita si resulta que su gabinete de prensa es quien ha llamado a los medios…

No quisiera despedir a mis pobres enviándoles a la puerta de la sede de ningún partido, o diciéndoles que vayan a tal político de esos que piden que se esquilme a la Iglesia, porque, aparte de que no recibirán nada, esos políticos tienen guardaespaldas, alarma y portero en casa, y sibarita agenda inquebrantable, igualito que los curas…

N.B.- Hablo de los sacerdotes, pero lo mismo podría decir de multitud de laicos, y en general, de todos los buenos católicos. Y hablo principalmente de los políticos de la siniestra, porque son los que se han manifestado en el tenor indicado. Y a todos pido que recen por mí, para que sea siempre sacerdote según el Corazón de Jesús, que vino a evangelizar a los pobres.

miércoles, 7 de abril de 2010

Sacerdote del Señor

En este Año Sacerdotal, los que por misericordia de Dios hemos sido elegidos para este ministerio tenemos constantemente motivos para meditar sobre la grandeza y santidad de nuestra misión. Quisiera compartir una pequeña reflexión que me parece haber oído alguna vez, que hasta ahora me parece evidente, pero que, como ocurre no pocas ocasiones, uno ve con nuevas luces y como con mucha viveza. Eso es lo que me ha ocurrido y lo que quiero escribir, aunque sea un poco a vuelapluma.

Hablamos de la predestinación de la Inmaculada, de su elección para ser Madre del Señor, y de cómo en el “momento” de la decisión intratrinitaria de la Encarnación del Verbo, se determinó quién sería la Elegida para dar carne y sangre al Hijo de Dios. Por eso, la piedad y el sentido común nos hace ver cómo el Señor, que pudo hacerlo, se “diseñó” y “fabricó” a su Madre con infinito amor, sabiduría y delicadeza. Se hizo a la Virgen a su gusto, puesto que esta bendita mujer iba a ser su Madre. Se la hizo sin-pecado, bellísima sin par, la adornó con todas las virtudes y dones del Espíritu Santo en medida que supera nuestro entendimiento, le dio fuerza para sufrir proporcional al infinito amor que había en su Corazón. Le buscó un esposo virginal para poder conservar sin impedimento su virginidad y su “estatus” social de mujer honrada y felizmente madre casada. En una palabra, teniendo que tenerla tan cerca de Sí, se la hizo a su gusto, y derramó en este hacer todo su poder, sabiduría y amor de Dios y de Hijo.

Ahora permítame desviar la mira y fijarme en mí, sacerdote. Lo siguiente –y lo anterior– puede aplicarse a todos los cristianos, pero me parece cobra una claridad singular cuando se habla referido a un sacerdote.

Un día de esta Semana Santa pasada, echando una breve cuenta de la cantidad de confesiones que había oído durante toda la Cuaresma, y preparando la celebración del Jueves Santo, pensaba servidor cómo sin mérito mío me eligió el Señor, cómo siendo yo pecador quiso ponerme en este camino de santidad, y quién era yo pecador para perdonar pecados y celebrar la Santa Misa. Todos los sacerdotes experimentamos esa dulce y aliviadora sensación del ex opere operato. Es gracioso, permítaseme decirlo así, el pensamiento que nos viene cuando, tras una Misa distraído, una absolución sabiendo que uno tiene, cuanto menos, muchos pecados veniales, el sacerdote se dice: “Menos mal que esto no es ex opere operantis, porque si no…”. Qué maravilloso es Dios, qué sabiduría y que bondad esta de hacerse presente por medio del sacerdote. Y no por ser nosotros quien somos, sino por ser Él quien es, es por lo que encontramos confianza en nuestro ministerio.

Y concreto más la idea. No digo yo que sea como la Santísima Virgen, no, ni se me entienda esto. Digo que soy sacerdote. Y lo soy no por mí, sino por quien me eligió, sí, que fue Él el que lo hizo y no yo, (y esto es de fe revelada). Y ser sacerdote no es estar al lado del Señor, imitarlo, seguirlo… Ser sacerdote es ser alter Christus. Y si Dios bendito se hizo a la que iba a ser su Madre, la planeó, la creó, la santificó en el mismo instante de su Concepción, y se la llevó consigo al final de su vida terrena… ¿No iba a planearme a mí, cuidarme, y quererme santo santísimo, a mí que soy Él mismo por participación ministerial?

Pues que quieren que les diga, y con esto acabo, que este pensamiento me hace muy feliz. Saber que Jesucristo mi Señor me eligió desde toda la eternidad, y que sabiendo cuán pecador y maltrecho soy y estoy me quiere su sacerdote, me da mucho consuelo. Y por lo mismo, sé que muy infiel tengo que ser al Señor para que Él me deje. Es más, espero que por su misericordia ni mi infidelidad me aparte de Él nunca jamás. Y espero con firme esperanza que nunca me faltará esta esperanza. Y en ella me sostengo. Y aunque yo no sea asunto al cielo en cuerpo y alma como la Virgen Santísima, este cuerpo y esta alma donde reside el poder de mi amado, este tosco pincel que se ha elegido como poderosísimo instrumento, no creo lo tire a la basura, –que bien puede hacerlo, para eso me creó, redimió y suyo soy–, sino que lo llevará consigo al coro de los ordenados.

Por eso, queridos sacerdotes, seamos felices y estemos consolados. ¿No nos hizo Dios suyos? ¿No nos consagró y ungió con el santo crisma? ¿Acaso no sabía ya nuestros futuros pecados y miserias cuando previó hacernos sus ministros? Mal dueño sería de sus prendas, quien habiéndolas comprado a tan alto precio las dejara olvidadas…

Bendita María, glorioso San José, guardadme siempre fiel , ayudadme a ser santo, muy santo, como merece mi amado Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, cuyo ministrillo soy. Amén.

sábado, 16 de enero de 2010

Nuevas filtraciones sobre el Desayuno con Dios

Según revela la Oficina de información pública SITEL, la vicepresidenta del Gobierno, Srta. Fernández de la Vogue, acompañará a ZP a EEUU para el Desayuno con Dios. En su conversación telefónica con el Presidente, se trató de la conveniencia de que para hacer patente la solidaridad del pueblo español con Palestina e Irán, y con el fin de mostrar la apertura religiosa, respeto por las minorías no-católicas, y el gusto estético del Gobierno, la Srta. Vicepresidenta fuera vestida con un hermoso burka, que ya están confeccionando los modistos asesores de la Moncloa.

viernes, 15 de enero de 2010

Desayunando con Dios

En unas declaraciones para la prestigiosa revista “¡Qué me dices!”, ZP ha manifestado lo siguiente:

«El Sr. Obama ha pensado invitar a Dios a nuestro desayuno. Y yo, en muestra del talante que me adorna, no he tenido ningún inconveniente, más siendo el Sr. Presidente de nuestros amigos los EEUU el anfitrión. Solamente he puesto la condición de que, a fin de dar ejemplo, no se fumara, puesto que nuestra colaboración contra el calentamiento globlal ha de ser manifiesta ante el colectivo feminista, del cual soy miembra nata desde la fundación de la SGAY».

sábado, 9 de enero de 2010

Ser sacerdote es una maravilla

Lista de las cosas a las que uno "renuncia" (o mejor, "con las que uno hace trueque") cuando se hace sacerdote:

  1. Nunca puedo correr la San Silvestre, porque es a la hora de Misa.
  2. No puedo pedir la baja laboral, aunque esté con tos, mucus, y las tripas como las cataratas del Niágara.
  3. No puedo acostarme tarde los sábados ni levantarme tarde los domingos.
  4. No puedo dejar la cama sin hacer.
  5. No puedo ir "siempre" en vaqueros o con zapatillas de deporte.
  6. Tengo que afeitarme todos los días.
  7. Tengo que pasar mal rato cuando me persiguen para lo que sea porque soy cura.
  8. Evidentemente, tengo que ir vestido de cura, y no puedo disfrazarme de laico.
  9. No puedo decir tacos cuando veo el fútbol, las noticias, o me hacen una pirula en la carretera.
  10. Cuando relleno formularios, tengo que poner "otro" o "artista" u "organización caritativa" en el apartado "Profesión", porque no dan la opción de "Sacerdote".
  11. Lo mismo me pasa con "casado", "soltero", "divorciado", "otro", porque soy "célibe".
  12. No puedo insultar a la persona que me atiende por teléfono en las reclamaciones del móvil o del ADSL.
  13. Cuando me gustaría decir algo contra mi obispo, tengo que recordar que le prometí "obediencia y respeto". El "respeto" suele costar más que la "obediencia".
  14. No puedo irme a la cama sin haber terminado el rezo del Rosario y del Oficio Divino.
  15. No puedo cometer faltas de ortografía.
  16. Tengo que saber estar en dos sitios a la vez (por lo menos).
  17. No puedo echarme a llorar en los entierros, aunque tenga el corazón roto.
  18. Tengo que aguantar que me cuenten chistes volterianos y no partir la cara al gracioso de turno.

Ahora no se me ocurren más cosas, ni quiero perder más tiempo pensando… Pero lo leo y me digo: ¡Soy el cura más feliz del mundo! Si es que me quejo por tonterías, teniendo, como tengo, a la Virgen y al Señor, lo tengo todo.