miércoles, 30 de junio de 2010

Concilio Vaticano II, concilio católico

Discutía hace meses con un sacerdote sobre un tema disciplinar. Yo, haciendo lo más rápido que me fue posible acopio mental del magisterio que apoyaba la disciplina en cuestión, ofrecí mis argumentos. Mi buen adversario, por el contrario, me espetó con un arma de difícil mecanismo y fácil disparo: “El espíritu del Concilio”. Evidentemente, se refería al último ecuménico. Mi respuesta fue rápida: “¿Te has leído los textos conciliares?”, “Casi todos”, me contestó. “¿Y en qué Constitución, Decreto o Declaración está escrito ese “espíritu”? Me contestó, algo vagamente, que el espíritu se encuentra en la forma de interpretar y poner en práctica dichos escritos, respuesta para la cual no hace falta tener muchas luces. Continué: “¿Y la práctica o interpretación es magisterial, o sólo lo escrito y tal cual está en el latín original?” Llegados a este punto, me dijo que era un integrista y que si no sé leer. Le dije que sí, que yo había leído el Concilio varias veces y en latín, y que por ninguna parte encontraba fundamento al espíritu en el que él se apoyaba para deslegitimar la disciplina que nos ocupaba. No podíamos hablar más tiempo, porque cada uno debía irse a sus obligaciones. Él me entendía perfectamente, y yo a él más de lo que él se creía. Evidentemente, entiendo a lo que uno se refiere cuando habla del “espíritu del Concilio”, pero con la misma evidencia soy capaz de distinguir cuándo uno busca un apoyo ilegítimo para una doctrina heterodoxa o una praxis equivocada.

Mi buen amigo, con todo mi respeto, es de los llamados progres. Y sin embargo, su argumento sirve también para los llamados integristas. Y con ellos me refiero a los que condenan los textos del Concilio como heterodoxos, y no por ellos mismos, sino por su espíritu. Entre ellos me he encontrado muchos que no utilizan la analogía y leen los textos conciliares como ciertas facciones protestantes la Sagrada Escritura. Otros, que quieren sacar punta a las expresiones más normales y ortodoxas, aunque, es verdad, a veces poco “tajantes”. Y otros que me hablan del Concilio por escritos de “teólogos” posteriores, no por el Concilio mismo.

El Concilio Vaticano II es, en su gran mayoría, claro y tradicional. Cualquier alma sencilla que lo lea puede decir: Es lo de siempre, pero más adornado, más explicado, a veces menos concreto… pero a la postre, la doctrina católica de siempre. ¿Y esto por qué? Porque las almas sencillas entienden y leen el Concilio desde la fe y sin complicaciones. Y este es el esfuerzo que pido yo a mis amigos, una vez más para entendernos, integristas, (palabra peligrosa ésta, porque yo me considero también integrista, pero ya me entiende el lector por dónde quiero ir y a qué me quiero referir): el esfuerzo de intentar entender ortodoxamente el Concilio, y la humildad y el esfuerzo necesarios para hacerlo. Repito, los textos son pretendidamente ambiguos a veces, poco concretos otras; allí graves omisiones, allá expresiones novedosas y multiinterpretables. De acuerdo. Pero, ¿por qué no hacer el esfuerzo de intentar entender ortodoxamente? Sabemos que el Concilio muchas veces no siguió aquella máxima de San Ireneo citada por Santo Tomás de Aquino, que los cristianos no deben utilizar las mismas palabras que los herejes, para no dar a entender que les dan la razón (Cf. Summa Theologica, III, q. 16, a. 8). Mas de esto no puede seguirse la afirmación de que se les dé dicha razón, sino más bien el peligro de confusión. Tal peligro existe y es una cesión peligrosísima, ciertamente; mas de aquí no se sigue necesariamente que una expresión interpretable deba ser necesariamente interpretada al modo heterodoxo. Me viene a la mente aquello que dijo S. Pío X del Cardenal Newman, al que yo no tengo especial devoción ni religiosa ni intelectual: “Profecto in tanta lucubrationum eius copia, quidpiam reperiri potest, quod ab usitata theologorum ratione alienum videatur; nihil potest quod de ipsius fide suspicionem afferat” (S. Pío X, carta Tuum illud opusculum, del 10 de marzo de 1908). Y más aún, salvando la analogía de personajes, lo que decía San Pedro en el capítulo tercero de su segunda carta sobre los escritos de San Pablo: “… Sicut et carissimus frater noster Paulus secundum datam sibi sapientiam scripsit vobis, sicut et in omnibus epistulis loquens in eis de his; in quibus sunt quaedam difficilia intellectu, quae indocti et instabiles depravant, sicut et ceteras Scripturas, ad suam ipsorum perditionem. Vos igitur, dilecti, praescientes custodite, ne iniquorum errore simul abducti excidatis a propria firmitate; crescite vero in gratia et in cognitione Domini nostri et Salvatoris Iesu Christi”. O sea, que tanto el Cardenal Newman como San Pablo ¡son ortodoxos! No me tenga el santo en cuenta la ironía, y sí el lector lo que quiero decir: que es fácil sacar punta al Concilio, claro que sí, pero no es es la misión del católico, sino muy otra.

En el Seminario, estudiando Patrística, el profesor me admitió como trabajo de la asignatura una traducción del Contra errores Græcorum, opúsculo escrito por el Angélico. En él, el Santo intenta desmontar los errores de los griegos, quienes precisamente apoyan sus afirmaciones en expresiones tomadas de Santos Padres y Escritores eclesiásticos, incluso de actas conciliares. Pudiérase objetar que aún la Teología no había alcanzado su cénit, que el lenguaje teológico estaba aún en formación, etc… Estas objeciones son válidas en ciertos casos, mas ni mucho menos en todos. San Atanasio, San Cirilo, San Serapio, son suficientemente claros para no inducir a error. ¿Qué ocurre, entonces? Que los ortodoxos (heterodoxos) o bien sacaban de contexto, o bien daban un sentido distinto a las expresiones de esos santos que llevaban a errores o a confusión. Bien, pues Santo Tomás intenta corregir esas desviaciones, explicando ortodoxamente lo ortodoxamente escrito, aunque a veces adoleciera de falta de claridad, o fuera “forzadamente” interpretado para decir lo que no querían decir sus autores originales. Otro principio de San Ignacio de Loyola que hace mucho bien y viene a caso es el de intentar “salvar la proposición del contrario”. Aquí, perdóneseme, el “contrario” es el Concilio, y yo tengo que hacer el esfuerzo por salvarlo, no por condenarlo. Y en este esfuerzo hemos de empeñarnos todos los católicos, puesto que los enemigos de la fe de la Iglesia ya se afanan en torcer su interpretación y dar a luz su diabólico “espíritu”. Como dice el mismo santo en la 9ª regla para sentir con la Iglesia, debemos “alabar todos los preceptos de la Iglesia, teniendo ánimo prompto para buscar razones en su defensa y en ninguna manera en su ofensa”.

Yo no soy Papa, ni obispo; soy un pobre sacerdote que quiere ser fiel a la Iglesia hasta la sangre. Cuando uno estudia Historia de la Iglesia encuentra capítulos verdaderamente tristes, penosos. Recuerdo cuántas luces me dio la lectura del libro de Hugo Wast sobre San Juan Bosco. Una frase del mismo se me grabó a fuego: “El Papa es infalible en su magisterio, no en su ministerio”. Y esto me consoló mucho. A veces, el Papa pudiera ser débil, transigir con mediocridades que ponen en peligro la vida católica en plenitud. Incluso al enseñar ocurre que a veces es ambiguo, y uno como que se siente movido a imaginarse papa y dar lecciones de gobierno y magisterio, condenar a uno, excomulgar a otro, decir las cosas de otra manera, rechazar a tal personaje, y todo ello en aras de la valentía cristiana y del fuego que arde en el alma del católico fiel. Y sin embargo las cosas no deben ser tan fáciles, ¿no? El Concilio Vaticano II fue un encaje de bolillos en el que había que conjugar la pureza de la fe católica, el deseo de no importunar ni a los miembros de otras religiones, ni a los herejes, ni a los políticos, ni a nadie; y todo ello intentando dar vigor y esperanza a la Iglesia. Me imagino que debió ser difícil. En mil partes pueden leerse los entresijos y artimañas de los padres conciliares, hechos que en principio son “secretos”. Recuerdo cómo gozaba en el Seminario leyendo los esquemas preparatorios en las Actæ Concilii Vaticani II, expresión de ortodoxia al más puro estilo del catecismo de San Pío X, y mi desilusión al ver que todo se diluía y el fin era muy distinto del principio. Y con todo, jamás, repito, jamás he encontrado nada que sea heterodoxo en los textos conciliares, o si quieren nada que no pueda ser entendido de modo ortodoxo en los mismos, a veces, lo reconozco, haciendo verdaderos equilibrios teológicos, tantos como los que hicieron los padres conciliares para ser, diciéndolo de forma brutal, “ortodoxos con expresiones fácilmente interpretables de forma heterodoxa”.

Uno de los diques de esta última forma de interpretación son las notas, tanto las aclaratorias como las que están a pie de página. Su estilo suele ser más “tradicional”, más dogmático, o sea, en muchos casos, por así decir, “lo mejor”. Así ocurre con la Nota de la Constitución Lumen Gentium, que explica el sentido de la “Colegialidad” de los obispos respecto del poder absoluto del Papa; las respectivas notas de ésta Constitución y la Dei Verbum, que intentan al menos aclarar la cualificación teológica de las mismas.

También existen las aclaraciones dentro del mismo texto de los documentos. Así, en la Declaración Dignitatis Humanæ, el número primero se ve en la obligación de dar la “clave interpretativa” de todo el documento: “Ahora bien, puesto que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo”. Es decir, que si de este decreto se extrajeran doctrinas novedosas y contrarias a la doctrina católica tradicional, estaríamos ante una interpretación torcida del mismo, trampa por otra parte en la que es harto fácil caer. El número 4 de dicha Declaración comienza así: “Libertas seu imunitas a coërcitione in re religiosa“, o sea, que hay que entender libertad religiosa como inmunidad de coacción para la fe, cosa que es pura tradición y si me apuran, verdad metafísica, puesto que el acto de fe es por su propia naturaleza libre, y si no es libre, ni es acto de fe, ni conlleva mérito. Igualmente, si en las notas a pie de página se cita, por ejemplo, las Encíclicas Libertas præstantissimum e Immortale Dei de León XIII (notas 2 y 7) y la Summa Theologica de Santo Tomás (notas 3 y 4), las enseñanzas conciliares habrán de leerse a la luz de estos textos y no de otra manera. En ninguna parte se enseña que todas las religiones sean iguales, que cualquiera de ellas sea camino de salvación, etc. Sí, a veces la expresión no es clara, o es poco fuerte, o condescendiente; tómese pues, como puntales, lo católicamente claro, y desde ahí lea lo demás.

Recuerdo que una vez un amigo sacerdote me dejó completamente perplejo, de esas veces que prefieres suspender el juicio porque temes meter la pata contra la fe de la Iglesia o el debido respeto y sumisión a su Jerarquía. La cuestión versaba sobre un párrafo de la Declaración Nostra ætate, en particular el referido a los budistas: “En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior”. Mi compañero me instaba a abrir los ojos y ver cómo la Iglesia reconocía que el Budismo era camino de salvación. La verdad, no supe qué decir ni qué pensar. Me pasé días leyendo y rezando. Y no pasaron muchos días hasta que desbloqueé mi pensamiento: esto no es lo que la Iglesia enseña como enseñanza propia, sino lo que la Iglesia enseña que los budistas enseñan. Es enseñanza budista recogida por la Iglesia como enseñanza budista, no enseñanza “asumida” por la Iglesia y enseñada como católica. Y esto ocurre en multitud de lugares.

Otro amigo me llamó la atención sobre la enseñanza conciliar acerca de la Santísima Virgen, en particular un texto del número 58 de la Lumen gentium: “También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», y continuaba diciéndome: “como si ella no hubiese sabido desde la Anunciación que Jesús era el Hijo de Dios, de la misma sustancia que el Padre, el Mesías profetizado”. Este es el modo de leer el Concilio que yo no comparto, es más, que me parece ilegítimo.

Vayamos por partes: ¿Qué significa peregrinación en la fe? Todos podemos entender que significa vivir esta vida con fe, virtud que desaparecerá en el Cielo. Dicho esto, podemos ahondar más en la palabra “avanzar”, esto es “crecer en la fe”. Es decir, que el texto quiere enseñar que la Virgen Santísima tenía fe y crecía en ella, como ocurre con los buenos católicos.

Primero: ¿La Virgen tenía fe? La Virgen Santísima tenía fe en grado sumo, como el resto de virtudes que concomitaban con su sumo grado de gracia habitual, la cual, a diferencia de Cristo, fue creciendo en ella de día en día, latido a latido. La fe como virtud desaparece bien por el pecado mortal, bien por la visión beatífica. Lo primero es impensable y herético en la Virgen. Lo segundo no ocurrió, al menos de modo habitual, hasta su Asunción.

Segundo: La fe puede entenderse en cuanto a la intensidad del acto, o bien en cuanto a la extensión de los conocimientos. Y de ambas maneras creció la Virgen en la fe según los mejores teólogos, entre los cuales no me cuento. Según la Inmaculada conocía más y más al Señor, descubría el cumplimiento de las profecías, escuchaba las palabras de su Hijo, y por otra parte los dones e iluminaciones del Espíritu Santo se derramaban inconmensurablemente en ella, así su fe crecía en intensidad y extensión.

Aquí podríamos seguir escribiendo y hacer un tratadillo sobre la fe de la Virgen María, pero este no es nuestro propósito ahora, sino hacer ver que en la lectura de los textos conciliares no hay que ser enrevesado ni buscar, permítaseme decirlo así, cinco patas al gato.

Para concluir, quisiera expresar mi convicción de que no hay que leer ni asumir el Concilio de modo minimalista, pasando por alto lo que no es tan fácil de asumir; ni menos rechazarlo como no católico, a saber, como pensando: “Es heterodoxo, pero al menos no es infalible, por lo cual puedo no asumirlo y seguir permaneciendo fiel a la Iglesia”. Esta no es mi postura ni la quiero para ningún católico, que viviría en una “esquizofrenia” católica difícilmente asimilable con una pacífica vida cristiana. Leamos el Concilio con corazón católico, con mente católica, con entendimiento católico. No sólo porque se puede, sino porque así es: un Concilio humano, lleno de limitaciones, pero universal y católico.

9 comentarios:

  1. Me ha gustado tu entrada. Me ha pasado muchas veces que algunos conocidos rechazan el concilio, mientras que otros lo utilizan para demostrar lo indemostrable. Solo que yo no tengo los conocimientos y recursos que tu tienes para poder rebatirles o contestarles.

    Me ha gustado sobre todo tu frase de leer el concilio con corazón católico, mente católica y entendimiento católico ;-)

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  2. Estoy de acuerdo con Vd., Pater, pero tengo una duda ¿Si es tan claro y tradicional, ¿como ha dado lugar a interpretaciones siempre tan heterodoxas o heréticas? ¿Ha ocurrido esto antes con otro Concilio?
    ¿Cual es la causa de que solo el Papa sepa interpretarlo rectamente?

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  3. Muy completo, saludos. Un blog muy "boeciano"

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  4. Apreciado Padre:
    Gaudes et Spes, es incluso para el Sto. Padre un documento no tan claro.
    La misma idea de que la iglesia Catolica "subsiste" en la unica Iglesia de Cristo, es una concesion innecesaria al ecumenismo de "brazos ultra-abiertos", tal como la emblematica reunion de Assisi.
    Creo, Padre, que ciertanmente la mayoria de los documentos sin son claros, pero existen ambiguedades que nos han puesto peligrosamente al borde de la apostasia.
    Sin embargo, el argumento mas poderoso se refiere al de "los frutos del Concilio". Y esos son la casi destruccion de la Iglesia en terminos de vocaciones, deserciones, conversiones, escuelas y universisades catolicas destruidas, y en fin tanto mas que se puede decir, hasta el punto que nuestro Santo Padre ha pedido: 1) Una reforma de la reforma, 2) una hermeneutica de la continuidad, y 3) una sana critica al concilio pastoral Vaticano II.
    En USA, donde recidimos, la desercion a las sectas ya va aproxiamndose a la de la America Hispana, donde 10,000 catolicos por dia se pasan a las sectas.
    Cuando entenderemos que estamos destruyendolo todo?
    Cuando?
    En Jesus y Maria,
    Robert Nicodemo
    Splendor Veritatis Missio
    http://ecclesiaprimus.blogspot.com

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  5. Estimado Robert:
    1. Gaudium et Spes es un documento bien bonito, pretendidamente pastoral (así es llamado: Constitución Pastoral), no dogmático. Pretende animar a ser santo, no "definir" doctrina.
    2. El término "subsistit in" está puesto no principalmente para "hacer concesiones", sino para incluir los elementos que, aún presentes en otras confesiones cristianas, pertenecen a la Iglesia Católica: el bautismo protestante, los sacramentos de la Ortodoxia... Decir llanamente "es la Iglesia Católica" daría lugar a que ellos cuestionaran: "¿Y acaso nuestros sacramentos no pertenecen a la Iglesia fundada por Cristo?" La "inclusividad" del "subsistit" lo que hace es reforzar el dogma de que la Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica, de la cual dimanan los elementos católicos del resto de cristianos.
    3. Los frutos no son el Concilio, ni siquiera derivaciones "necesarias", sino las consecuencias de su perversa interpretación.
    Perdone que no me extienda más y que no sea todo lo preciso que yo desearía y merece su comentario, porque contestarle daría para un libro. Mil gracias por haberme prestado atención. Le ruego que rece por mí a la Virgen Santísima.

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  6. Si, Padre, es un tema en verdad excesivamente amplio. Hay mucho que decir, quizas demasiado. Pero pudieramos simplemente admitir que como vamos no vamos bien.
    El experimento pastoral del Vat II va por 40 anos, y es hora de detenernos y re-pensar. Ese es el camino que el Santo Padre ha escogido, y pienso en esto todos podemos estar de acuerdo.
    Dios os bendiga.
    En Jesus y Maria,
    Robert

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  7. un feligrés argentino31 de octubre de 2010, 2:06

    Lo felicito, Padre. Siga así y cuente con mis oraciones.

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  8. Padre, veo que hace esfuerzos sobre humanos por hacerle decir al concilio, lo que no dijo, y eso es muy desgastante para usted. Creo que le hara muy bien a su alma, aferrarse a la doctrina de siempre y dejar de escusar a un concilio que por sus frutos es muy bien reconocible.
    un abrazo mathias

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  9. Excelente articulo... es muy importante leer los documentos del CVII y no contentarnos con ideas y juicios poco acertados y marcados de un afan de divicion... bendiciones. Muy Buen Blog...

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