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miércoles, 29 de febrero de 2012

Muchos y santos sacerdotes

Hace pocos días, el jueves pasado, tuvimos, como es razón, la Hora Santa ante el Santísimo Sacramento. Como ya empieza a hacer buen tiempo, los papás llevan a sus hijos al parquecillo que hay en el Prado, junto a la Basílica, y muchos de ellos aprovechan para hacer una visita a la Virgen y al Señor.
En las preces vocacionales rezamos la conocida letanía para pedir al Señor que nos envíe “muchos y santos sacerdotes”. Pues bien, al finalizar la Bendición, un muchachillo, asiduo y piadoso feligrés, entró confiadamente a la sacristía y me espetó: “Don Roberto, he pedido a Jesús que usted sea un mucho y santo sacerdote”. Al principio me causó cierta risa la simpática expresión, pero luego, pensándolo un poco, me di cuenta de que el Señor había puesto en la boca de ese niño su santa voz: quiere que yo sea un mucho sacerdote, de esos sacerdotes inconfundibles e inocultables cuya piedad, devoción, gracejo, fervor, fuego, sabiduría, gravedad, celo, y santidad se van derramando por donde pasan. Pues sí, mi San José, hazme un mucho sacerdote, como tu Jesús.
Hoy hemos tenido retiro de sacerdotes. Por selección cuasi-natural, he sido designado para organizar –un poco– la Semana de Oración por la Iglesia Necesitada en nuestro arciprestazgo. Como los verdaderos organizadores me están urgiendo, no encontré de repente mejor momento para repartir una hoja-cuestionario a los sacerdotes que durante su oración personal, no fuera alguno a irse luego y no pudiera “pillarle” en ese momento. Hoja repartida y satisfacción interior por un asunto menos que resolver. Pero hete aquí que, terminada la oración personal y en un breve receso antes de la refección, un sacerdote venerable me aparta un poco y me clava una puñalada: “Eso que has hecho no está bien. El Señor estaba arreglando la Iglesia con sus sacerdotes, y tú repartiendo esas hojas has interrumpido la audiencia en la que tan importantes cosas se estaban tratando…”. Cierto es que hay más tela que cortar y que yo tengo un pelín de excusa, pero más cierto es lo que me ha dicho este buen amigo: que cuando un sacerdote está tratando “cara a cara” con el Señor, nada hay más importante ni eficaz que hacer en ese momento… Lo siento, mi Jesús. Quiero hacer tus cosas y me preocupan más las cosas que Tú… En fin, yo también soy una partecica de esa Iglesia necesitada, al menos indigente de amor al Señor… Rezad por mí a San José.

viernes, 25 de julio de 2008

Concilio de Trento, sesión XIV. De reforma.

CAP. VI. Decrétase pena contra los clérigos que ordenados in sacris, o que poseen beneficios, no llevan hábitos correspondientes a su orden.
«Aunque la vida religiosa no consiste en el hábito, es no obstante debido, que los clérigos vistan siempre hábitos correspondientes a las órdenes que tienen, para mostrar en la decencia del vestido exterior la pureza interior de las costumbres: y por cuanto ha llegado a tanto en estos tiempos la temeridad de algunos, y el menosprecio de la religión, que estimando en poco su propia dignidad, y el honor del estado clerical, usan aun públicamente ropas seculares, caminando a un mismo tiempo por caminos opuestos, poniendo un pie en la iglesia, y otro en el mundo; por tanto todas las personas eclesiásticas, por exentas que sean, que o tuvieren órdenes mayores, o hayan obtenido dignidades, personados, oficios, o cualesquiera beneficios eclesiásticos, si después de amonestadas por su Obispo respectivo, aunque sea por medio de edicto público, no llevaren hábito clerical, honesto y proporcionado a su orden y dignidad, conforme a la ordenanza y mandamiento del mismo Obispo; puedan y deban ser apremiadas a llevarlo, suspendiéndolas de las órdenes, oficio, beneficio, frutos, rentas y provechos de los mismos beneficios; y además de esto, si una vez corregidas volvieren a delinquir, puedan y deban apremiarlas, aun privándolas también de los tales oficios y beneficios; innovando y ampliando la constitución de Clemente V, publicada en el concilio de Viena, cuyo principio es: Quoniam».